por montera

Mariló Montero

Levantar el luto social

ERA la primera vez que los veía fuera de un plató de televisión o a través de un visor. Pero, aun habiendo hablado con ellos infinidad de veces en esas circunstancias, esa noche, encarnados ante mí, parecía que veía por primera vez a Antonio y Eva: los padres de Marta del Castillo. Aún llevan a su hija inscrita, cual litografía, en la pupila. Diría que su iris está tan dilatado como el zoom de un objetivo que amplifica los escondrijos que se cruzan allá por donde les arrastran sus compromisos, buscándola. Siempre en busca de una nimia pista que les lleve a resolver hasta el segundo interrogante de su eterna pregunta: ¿Dónde está Marta? Mi Marta, nuestra Marta.

Acaricié el cabello, aún teñido de negro, de Eva, mientras le preguntaba si algún día lo retornaría a su habitual color dorado. "Algún día" me respondió, pero de momento no. A Antonio me atreví a decirle que lo encontraba guapo por un bronceado reflejo de su estancia en alguna playa (o no), que vaya usted a saber si hubieran podido llegar a disfrutarla en libertad. La noche de la gala que nos reunió era en la que se hace entrega de los Premios Vaguada 2012. Casi toda la noche ambos permanecieron juntos, unidos. Serios, sin casi pronunciar ni una palabra. Siempre están de luto. Siempre sufriendo. Sucedió que en un cruce de esas puertas por las que huimos de la ansiedad los fumadores volví a cruzarme con Antonio. Y, con un tono lleno de espontaneidad y tratando de desdramatizar otro de nuestros encuentros, frivolicé que le había pillando fumándose un "piti". El me quiso corresponder con una sonrisa que mudó de pronto.

Y pensé. Este pobre matrimonio siente que no puede sonreír. O cree que no nos debe sonreír o responder a comentarios diferentes a la tragedia de su hija con el que les asediamos. No es fácil tenerlos enfrente y hablarles de otra cosa, pero quizá sea precisamente lo que haya que corregir. Esa familia vivirá eternamente su luto interno, pero no tienen por qué ir arrastrando el luto social. ¿Pueden sonreír Antonio y Eva ante nuestra mirada?¿Se sienten libres como para bailar en una boda al ritmo de un pasodoble? Eva me había confesado haber experimentado la censura popular por comprarse unos zapatos. Se recluyen. Antonio y Eva recibieron el Premio como homenaje y respaldo social. Pero quizá nosotros debamos hacerles el mejor regalo: levantar nuestro luto para que sean ellos quienes lo dirijan. Que de nuestra parte encuentren una sonrisa y el permiso de poder hablarles de otra cosa que no sea su hija, a quien nunca olvidaremos ni ellos ni nosotros. Antonio, Eva, sonrían. Vivan. Libérense de nuestra mirada compasiva. Siempre esperaremos a Marta, pero también queremos que recuperen su alegría. Háganlo, ánimo. Levantemos el luto social.

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