Quousque tamdem

Luis Chacón

luisgchaconmartin@gmail.com

Libertad de expresión

La respuesta a una opinión ha de ser otra. Más coherente y mejor argumentada. No el silencio de las mordazas

Si todos los hombres menos uno fueran de la misma opinión y solo uno tuviera la opinión contraria, toda la Humanidad no tendría más derecho a callarle del que tendría el disidente para callar a la Humanidad". En esta frase de John Stuart Mill se resume lo que significa la libertad de expresión. No todo nos puede gustar y es muy sano que así sea. Es posible que haya ideas, frases, textos, expresiones artísticas, políticas, sociales o meramente personales que nos resulten desagradables, indignantes e incluso aberrantes. Pero ello no es razón para prohibirlas. Ni siquiera aunque, como dejó claro Stuart Mill, nos lo pareciera a la inmensa mayoría.

Estamos habituados a que nuestros políticos exijan la prohibición de actos u opiniones que, simplemente, no les gustan. Y les disgustan porque las promueve el adversario que identifican, lamentablemente y en un planteamiento muy poco democrático, con el enemigo. Ni las ideas ni el pensamiento delinquen. La respuesta a una opinión ha de ser otra. Más coherente y mejor argumentada. No el silencio de las mordazas. Habría que recordarles a todos la frase con la que Gladstone contestó a un diputado conservador en Westminster: "Odio todo lo que dice pero daría mi vida para que pudiera seguir expresándolo". Al fin y al cabo, es evidente que la mejor manera de comprobar la conveniencia de una ley que cercene cualquier derecho es pensar si nos gustaría que la aplicara quien piensa radicalmente distinto a nosotros. En ese momento, entendemos por qué la vieja justificación de la represión dictatorial -si no haces nada malo, no tienes nada que temer- no es más que una trampa para pusilánimes o partidarios irracionales.

La libertad no es fácil ni cómoda, es exigente. Y lo es porque nos obliga a respetar la de los demás en todo momento. Incluso cuando nos pueda ofender. Así podremos exigir que se respete la propia y replicar en defensa de nuestras ideas. Do ut des, que decían los romanos. Doy para que me des.

Contaba Augusto Assía en una de sus crónicas londinenses la anécdota de un amigo que, pasando por el Hyde Park Corner, escuchó a un orador arremeter a gritos contra "la corrupta y brutal policía metropolitana". Paró el coche para escuchar la arenga. Al poco, un flemático agente de la policía se acercó a la ventanilla y le rogó amablemente que apagara el motor ya que "el estruendo no deja oír bien al público lo que el caballero está diciendo".

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