Libros entre las fuentes

Es muy difícil suscitar interés por la lectura cuando no hay acuerdo en cómo formar a nuestros niños y a nuestros jóvenes

Nunca he alcanzado a comprender cómo un objeto tan fascinante como es un libro puede resultar refractario por lo menos -hoy día- a seis de cada diez españoles. Ese objeto, generalmente con las cubiertas llenas de colores o al menos con fotografías u otras ilustraciones, debiera de ser motivo suficiente para convertirlo en poco menos que irresistible a la curiosidad de todo ser humano.

Sin embargo no es así. Seis de cada diez personas con las que nos cruzamos por las calles o cuyas voces -generalmente muy altas por estas geografías- escuchamos o al menos oímos en establecimientos como bares o tabernas, no tienen la costumbre de leer libros. Puede ser que lean ocasionalmente, esporádicamente, algún artículo o texto corto, puede ser. Pero lo cierto y verdad, como se dice en madrileño chulapo, es que, esas seis personas nunca, en ninguna ocasión, las vamos a ver con un libro entre las manos, bajo las frondas en alguno de los bellos y reconfortantes jardines granadinos, ni en la intimidad de sus hogares. Sí, con un libro entre las manos y con la vista ávida de conocer las secretas historias que entre las páginas y por las líneas de letras se deslizan.

Estas cifras -incluso mucho mayores- podían ser comprensibles años hace, cuando el analfabetismo campaba por sus fueros entre la población española, inmensamente analfabeta. Saber leer y escribir, lo que se ha alcanzado en más del 95% de la población, no nos exculpa de ser una sociedad que mantiene altas cotas en falta de ilustración. Pues conocer la lectura y la escritura no priva de seguir siendo casi legos en ambas materias, si éstas no se practican con normalidad, para enriquecer la inteligencia, aumentar los conocimientos, hacer o dejar hacer que el saber desarrolle el interior de las personas y así fomentar la cultura, el respeto e interés por desconocidos pensamientos y los caminos de la libertad, en fin.

Algo más del 34% de los jóvenes españoles no llegan a superar académicamente más de lo que se han considerado estudios primarios. Y hablo de nuestros días, de hoy mismo. Sólo el 66% supera ese nivel académico. No es precisamente cierto lo de esa generación de sabios ociosos. Claro está que, con la cantidad de efímeros planes de educación que nuestra nación ha venido soportando en los últimos decenios, no debe de resultar extraña esta elevada desorientación.

Es muy difícil suscitar el interés por el estudio y por la lectura, cuando, desde las propias administraciones, los políticos demuestran ser absolutamente incapaces para ponerse de acuerdo en cómo formar a nuestros niños y a nuestros jóvenes. Es un desacuerdo que, a medio plazo, sale caro a la propia sociedad.

Dentro de pocos días -entre las fuentes de Las Batallas y de Las Granadas- vamos a celebrar la XXXVI Feria Granadina del Libro. Una ocasión magnífica para disfrutar viendo, tocando, oliendo las tintas y el papel, para dejarnos seducir por las historias secretas contenidas entre las ilustradas tapas, para profundizar en fascinantes ciencias, conocer pensamientos distintos, geografías distantes. Y para que los niños puedan tener la suerte de comenzar a conocer lo capaces que son para inventarse historias y soñar y hacernos soñar a todos. ¿O no?

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