Mirada alrededor

juan José Ruiz Molinero

Llanto por el odio

LA muerte en el ruedo de Teruel de un modesto torero de 29 años, Víctor Barrio, ha desatado una serie de expresiones en las a veces nauseabundas redes sociales, alegrándose de su muerte. "Bailaré sobre su tumba y me mearé sobre sus coronas de flores", dice un desalmado, cuyo nombre y fotografía debería salir en todos los periódicos, como ejemplo de inhumanidad, odio y fanatismo, el mismo que hemos conocido a lo largo de nuestra historia y censuramos, con razón, en los terroristas de cualquier signo. Alguno de estos energúmenos que se alegran de la muerte de un ser humano, que piden matar también a sus familiares -sobre todo a la madre que lo engendró- recuerdan a los asesinos que aprovecharon la guerra civil para acabar con familias enteras, políticos, intelectuales, poetas… Sí, poetas, como García Lorca que escribió su Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, otro torero que murió por la cogida de un toro. Ahora, los 'llantos' por la muerte de un torero no se hacen en clave poética, sino en clave de odio e insultos, reflejo de hasta dónde ha caído la cultura y hasta algunos de los autores y autoras de estos improperios resultan ser, incluso, maestros que, por lo pronto, deberían ser inhabilitados para impartir ningún tipo de enseñanza, salvo que en alguna enloquecida reforma educativa se implante la asignatura del odio.

Me parece natural que haya partidarios de la llamada Fiesta Nacional y detractores de la misma. Defensores del trato a los animales, a los que les importa poco, mientras se comen un filete de ternera y degustan unas lonchas de jamón serrano, lo que habrá sufrido el animalito, cuyos restos consumen, en el matadero o en las tradicionales matanzas, que al niño que fui, cuando me llevaron al cortijo de unos familiares donde se celebraba ese acto 'tradicional', me quedó el nauseabundo olor a sangre cocida, convertida en morcillas o chorizos. Así que respeto, sí, por los animales -seríamos vegetarianos todos y dejaríamos de comernos sus cadáveres, por bien cocinados que estén-, pero también por el hombre. Me sigue pareciendo más lamentable que muera un ser humano que un animal. Y me repugna que haya gentuza, dispuesta a bailar sobre tumbas y mearse en las flores de los muertos, sean los que sean.

Por eso mi llanto y el de tantas personas -amantes o no de las corridas de toros- por esos ejemplos de barbarie que no deben quedar impunes, porque la sociedad no debe permitir que la gente utilice los instrumentos de progreso tecnológico como vertederos de basura humana, donde depositar los más bajos instintos, su criminal postura ante cosas tan importantes como son la dignidad o hasta la muerte de las personas, sean toreros, policías, políticos, deportistas u obreros de la construcción.

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