¿Llegó la hora?

Ante nuestros ojos, en su peor hora, tras años de dosis caballunas de anestesia, España al fin despierta

En realidad nadie lo sabe. El historiador que soy espera del presente alguna congruencia con lo sabido del pasado, gestos de cierta envergadura en correspondencia con hechos que se suponen importantes. Así, por ejemplo, hemos vivido una semana en la que cualquier hijo de vecino ha podido tener trato con la Historia con mayúscula. Un solemne y decisivo discurso de todo un Rey, grandes y emotivas manifestaciones de inmaculado civismo en Madrid y en Barcelona, impresionante subida del espíritu y la temperatura de la nación, como no recordaban ni los más viejos del lugar: ante nuestros ojos, en su peor hora, tras años de dosis caballunas de anestesia, España al fin despierta.

Pero hete aquí que, descolocando a cronistas y plumillas, Puigdemont, a quien correspondía un papel de villano, sí, pero con cierta trágica grandeza -la del catalán que monta todos los líos para perder todas las guerras- se descolgaba el martes en su Parlament con un numerito de ópera bufa que si hizo las delicias del personal, en absoluto concordaba con el guión establecido, como bien pudo verse en las caras atribuladas de su peña. Y cuando todos nos preguntábamos qué diantres podría pasar ahora, nos encontramos conque nuestro gran registrador de la propiedad sorprende y descoloca con un requerimiento gremial que debe haber sacado de la Ley de Propiedad Horizontal: -"Señor Puigdemont, ¿puede usted confirmarme si ha declarado la independencia?"-. ¿Y de los linderos, qué me dice usted de los linderos?

España lleva muchas décadas provocando el asombro -es decir, literalmente el estupor- del orbe. Primero con su inopinado salto económico y social en pleno franquismo hasta llegar a ser la octava potencia del mundo. Luego con su tan pregonada Transición a la democracia, ejemplo supremo de la capacidad de una clase dirigente para renovarse y, al mismo tiempo, perpetuarse. Ahora con la gestión incolora, inodora e insípida de su propia disolución, si no lo impide el pueblo que en Barcelona gritó con notable precisión hasta dónde concretamente está de todo esto. Las dudas y preguntitas de Rajoy, las posturitas de Puigdemont, los melindres de Sánchez y los pucheritos de Iglesias pueden repentinamente dar paso a la irrupción de esa Historia que precisamente hoy recordamos con la Fiesta Nacional de España. Y con la irrupción de la Historia, lo que sólo parecía teatro, acabar de otra muy distinta manera.

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