Luces de ciudad

Hemos perdido la noche. Y sin la noche no es concebible, no es habitable el día

En el debate sobre el ahorro energético (apagar edificios oficiales y escaparates, elevar la temperatura de los refrigeradores), se ha olvidado una cuestión, en absoluto menor, como es la propia configuración de la luminaria urbana. De hecho, y como nos recordaba aquí Juan Parejo, en la aplicación del decreto gubernamental, los monumentos quedan fuera de las medidas restrictivas, siendo así que la catedral, la Giralda, etc., seguirán ardiendo mansamente en la madrugada, para guía de desnortados y gozo de noctámbulos. Esto es, seguiremos inmersos en ese tono anaranjado de la noche posmoderna, que vino a sustituir a una oscuridad ordenada y habitable.

Uno ha leído a Restif de la Bretonne, y conoce por tanto el gran avance de la luz nocturna, como disuasoria de la arbitrariedad y el crimen. Y también conoce los lances de Quevedo como espadachín insomne en la noche oscura de la Serenísima. Sin embargo, es en Venecia, la ciudad más turística del orbe, donde uno ha vuelto a encontrar una oscuridad profunda y civilizada que reintegra a la noche sus dominios. No hablamos del acondicionamiento de museos, donde España es insuperable; pero sí de cierta confianza en el propio valor de lo que uno posee. No hace falta, por tanto, el subrayado lumínico de la ciudad monumental (si acaso, en las primeras horas tras el crepúsculo, cuando la noche se ofrece como promesa oscura), y sí cierto descanso de la mirada, que nos permite recobrar un espectáculo gratuito de grave e insuperable solemnidad, como es la intimidad nocturna. Espectáculo al cual se añade un placer, también turístico, pero sobre todo, de naturaleza cultural: el enorme placer de adivinar la mole oscura de los monumentos, con cierta cautela reverencial, como si se tratara de bestias dormidas que a la mañana recuperarán su orden y su brillo; esto es, su carácter artificioso, su genio civilizado.

Basta ver el cine español de los ochenta para comprender esto que digo. Ahí la ciudad iluminada no roba sus heraldos a la noche. Véase, a modo de ejemplo, la noche profunda, melancólica, inagotable, la noche iluminada de la gran ciudad, que sale en el Garci de Sesión continua. Todo eso era antes de que subrayásemos la ciudad con luces, por si al turista se le pasa por alto la Torre del Oro. En el ínterin hemos perdido cantidades colosales de dinero y una energía que hoy, acaso, no tenemos. Pero sobre todo hemos perdido la noche. Y sin la noche no es concebible, no es habitable el día.

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