AL Museo Etnográfico de Hamburgo le ha pasado lo que a muchos ciudadanos occidentales atraídos por la boyante industria manufacturera china, experta en la falsificación de productos de marcas renombradas vendidos a precios de risa (para Occidente). Made in China -o Made in Hong Kong, que viene a funcionar igual- es el sello que identifica toda una concepción del consumo de masas: significa a la vez apariencia de calidad y baratura. Es similar a lo que hacía una antigua amiga mía -que le bordaba al niqui de su hijo un lagarto verde para que presumiera de Chemise Lacoste-, pero a lo grande.

Lo que pasa es que el Museo de Hamburgo, al actuar como el comprador individual que sólo busca un transistor o una chaqueta de bajo coste y que dé el pego, se juega su prestigio como institución cultural, y eso ya es peor. Ansiosos de figurar en el circuito cultural que obliga a cualquier ciudad media que se precie a organizar su exposición de los famosos guerreros de terracota, los hamburgueses montaron la suya, El poder en la muerte, con ocho de los archifamosos guerreros de Xian, que el emperador unificador de China hizo enterrar cerca de sus despojos, a modo de guardia protectora fúnebre. Para la eternidad.

El problema es que eran falsos, y sólo se ha descubierto cuando la exposición ya había sido visitada por diez mil personas. No creo que notaran mucho la diferencia, pero, en fin, les habían dado objetivamente gato por liebre. O terracota de hoy -Made in China, naturalmente-, por terracota del siglo tres antes de Cristo. No es lo mismo. Una vez que el Gobierno chino negó rotundamente la autenticidad del material, la empresa de Leipzig que le había vendido el evento al Museo de Hamburgo admitió el fraude, aunque puntualizando que las figuras son del mismo material que el usado entonces y del tamaño de las originales. O sea, falsificadores, pero cuidadosos y eficientes.

Los intermediarios fraudulentos no contaban con algo que sí es muy occidental, pero que ya ha sido importado por los chinos: el uso del patrimonio histórico como fuente de divisas y de riqueza. Las autoridades chinas tienen un grupo de guerreros de terracota rotatorios, que pasean por todo el mundo y del que extraen jugosos ingresos. A la vez, miles de personas viven en la zona originaria de los guerreros fabricando y vendiendo copias. De ahí saldrían seguramente los soldados de pega que los hamburgueses han admirado hasta que se descubrió el pastel. Un pastel que no deja de ser una expresión más del furor por el Made in China. En exposiciones, muestras y mercados, la copia puede ser fidedigna, y desde luego barata, pero mucho mejor es el original.

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