la tribuna

León Lasa / Letrado Y Escritor

Madrid-Barcelona: la falla insoportable

LOS pitidos. A fuerza de repetirse, uno termina acostumbrándose a situaciones realmente increíbles en otras latitudes. Parecería casi un relato de ciencia ficción, firmado por Philip K. Dick, que en la final de la Super Bowl estadounidense, con la parafernalia propia -y quizás excesiva- que despliegan allí, el estadio entero o incluso la mitad de él ahogara con silbidos y cuchufletas los sones del himno nacional interpretado por cualquier cantante de moda. O que en una final de la Copa alemana, en el Allianz Arena, se chiflara al Deutschland über Alles. Pero eso ocurre en este país en el que nos ha tocado vivir cada vez que un equipo de las autodenominadas nacionalidades históricas juega la final de la Copa del Rey. O que una selección española se atreve a competir en Cataluña o Euskadi (de La Roja, esa denominación indolora creada por algún creativo, ni hablamos). Y no pasa nada. El espectáculo de hace dos años, en la final Athletic-Barcelona, con un campo entero silbando al himno nacional y a los reyes de España, fue de auténtico bochorno. Pero sin duda vivimos en un país tolerante. En Francia, donde ciudadanos franceses de origen magrebí también han ridiculizado La Marsellesa durante la celebración del algún partido de fútbol se ha advertido que, de repetirse esas situaciones, se propondrá la suspensión del evento.

La falla. Sin embargo, constatada esa realidad, ¿qué hacer con ella? Si existen territorios dentro del Estado con tal grado de desafección hacia lo español, ¿cómo reaccionar? ¿Por qué no pulsar realmente su intensidad? ¿Por qué no calibrar su fuerza y aceptar el resultado o desenmascarar a los trileros? Hace ya casi diez años, en estas mismas páginas, y con ocasión de la propuesta seudosoberanista del plan Ibarretxe, decíamos: "Habría que preguntarse si realmente no ha llegado la hora de llamar a las cosas por su nombre, sacando el debate de ese terreno indefinido del que, hasta la fecha, sólo se ha beneficiado el nacionalismo. Para ello, habría que comenzar por explicar claramente a la opinión pública vasca que fuera del marco constitucional y estatutario únicamente queda la independencia, pero la independencia auténtica, con los enormes costes materiales que una decisión de esa trascendencia implica". Estamos donde estábamos. O peor. Y seguimos preguntándonos lo mismo. El enconamiento identitario que estamos observando en los partidos Madrid-Barcelona no solamente es triste. Es preocupante. Y así lo ha manifestado incluso el mesurado seleccionador nacional. En ocasiones parece como si asistiéramos a la versión edulcorada de los últimos Estrella Roja de Belgrado-Dinamo de Zagreb, antes de la tragedia. Me apenará no ver, junto con las banderas catalanas, una sola bandera española en la final de Wembley; pero también me inquieta ver más banderas españolas que blancas en el Bernabéu, especialmente en los partidos contra el Athletic o el Barcelona. Y la tendencia parece que no hace sino intensificarse.

La propuesta abortada (o el folklorismo victimista). En Canadá se aprobó en el año 2000 la Clarity Act (Ley de la Claridad), como respuesta al referéndum independentista del Quebec del año 1995, en el que el no a la secesión gano por un estrecho margen. En dicha ley se recogían las condiciones y circunstancias bajo las que el Gobierno de Canadá podría llegar a entablar negociaciones que culminaran con la declaración de independencia del territorio francófono. Con anterioridad, en 1998, la Corte Suprema canadiense había dictaminado que, si tras un referéndum llevado a cabo con una pregunta clara sobre la independencia, esta opción fuera claramente mayoritaria en Quebec, el Gobierno de Canadá estaría obligado a iniciar conversaciones que culminaran con esa declaración. Algunos, al respecto, nos hacemos la siguiente pregunta: si existiera una mayoría cualificada de vascos o de catalanes que no desearan pertenecer al Reino de España, ¿tendría algún sentido ignorar esa realidad y seguir soportando las consecuencias? ¿Por qué no explicar claramente las consecuencias de una hipotética independencia y realizar un referéndum con una pregunta sin ambigüedades? Quizá porque, en realidad, los partidos nacionalistas mayoritarios solamente desean tensar ad infinitum el debate pero sin llegar a romper la cuerda. En este sentido, ha pasado más desapercibido de lo que debiera el veto que, en el Parlamento catalán, impuso Convergencia i Unió a una propuesta de ley del partido Solidaritat Catalana que establecía los pasos hacia la secesión de Cataluña. Una cosa es el folklore victimista, y otra jugarse los euros (y la pertenencia a la Liga). Apostemos por la claridad. Sin miedos.

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