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Ni las supuestas élites ni los supuestos defensores del pueblo se muestran a la altura de las circunstancias

Solía decir el poeta Fernando Ortiz, que escribió páginas excelentes sobre los hermanos Machado y lo que él llamaba, en felicísima acuñación, la "estirpe de Bécquer", que a través de Juan de Mairena el más joven de aquellos había cultivado, junto a Agustín García Calvo y Rafael Sánchez Ferlosio, la mejor prosa de ideas del siglo XX. Y estaban bien elegidos los compañeros del profesor apócrifo en ese podio imaginario, hermanados por la condición excéntrica, el interés por las cuestiones lingüísticas, la prevención antiautoritaria y la práctica de un cierto conceptismo, a veces oscuro o hasta inextricable. Del inolvidado sofista zamorano puede afirmarse además que era un heredero directo de Mairena, hasta el punto de reproducir la paradoja, que también se dio en Machado, de usar de un alto grado de sofisticación para defender la proverbial sabiduría del pueblo llano, cuya voz -como resaltaban ambos- ha sido históricamente desatendida. Se trata de una complejidad, sin embargo, que no es gratuita ni resulta del uso de adornos innecesarios. Frente al amaneramiento de Ortega, por poner otro alto ejemplo, y su prosa "vestida de luces", Mairena rehúye la grandilocuencia, la pose engolada, los excesos declamatorios que ya habían caricaturizado los noventayochistas pero seguían presentes en la tradición retórica española. Algunos de los pasajes más celebrados del heterónimo se sirven del recurso a las expresiones coloquiales por oposición a los parlamentos envarados, hacia los que Machado sintió una alergia persistente, y en esta línea deben entenderse su apología del sentido común o su desdén de la jerga académica. No es difícil relacionar la Escuela Popular de Sabiduría Superior de Mairena, un sintagma que recoge la aludida paradoja, con la experiencia del propio Machado en la Universidad Popular, en la que se fundían la inspiración krausista, el ideario de la Institución Libre de Enseñanza y el inconformismo de la escuela libertaria. Frente a la perspectiva aristocratizante, tan orteguiana, Mairena emplea el concepto de pueblo -susceptible de transformarse en masa por obra de los demagogos- en su sentido más puro e incontaminado, remitiendo tanto al hermoso adagio castellano, nadie es más que nadie, como a las ideas, aprendidas de sus mayores, de la cultura viva y creadora del folklore, del trabajo bien hecho o de cierta clase de conocimientos que enseñan de la vida más que los propios libros. No sin melancolía recordamos estos debates en un tiempo gris en el que ni las supuestas élites rectoras ni los supuestos defensores de las clases populares se muestran, para decirlo otra vez con Machado, a la altura de las circunstancias.

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