QU los enfermos terminales mueran no es nada extraño, suele ocurrir, diríamos, por hablar con moderado sarcasmo. Que se les procure una agonía suave y sin sufrimiento evitable es ya harina de otro costal. En medio está siempre la llamada venda ideológica que tantas veces deja que la crueldad se confunda con el sentido del deber o la moralidad, cuando no esconde un profundo cinismo. No se puede decir que en España seamos muy éticos con los enfermos terminales, puesto que de una inmoralidad estamos hablando al permitir el sufrimiento innecesario de quien ya ha quedado solo en nuestras manos, quizá con la bonita excusa de que lo dejamos en manos de Dios. En otros asuntos sabemos muy bien que Dios anda por su cielo: "A Dios rogando y con el mazo dando", decimos poniendo los pies en la tierra, para significar que es necesario nuestro esfuerzo, o que Dios actúa a través de nosotros mismos.

Si uno, al solicitar un calmante para que un padre que agoniza no sufra tanto, recibe un "no" por respuesta con esta explicación macabra: "está prohibido porque podría acelerar la muerte", ¿qué hace, qué puede pensar? Cuánta impotencia y cuánto dolor en un momento así. Lo sé de primera mano, porque es la respuesta que mis hermanos y yo recibimos atónitos en un hospital madrileño la madrugada interminable en que murió nuestro padre. Así de duro y así de triste. Hace tiempo, pero todavía me estremece pensar en aquella vileza.

No sé lo que más me agota cuando oigo hablar del caso de las sedaciones en el Hospital Severo Ochoa de Leganés: si el cómo se ha arrojado tanta basura sobre un equipo médico haciendo caso de denuncias anónimas, con presunciones indecentes, utilizando los medios de comunicación como meros difamadores, o ahora el ver a los políticos diciendo que cumplen con su deber cuando con lo que están cumpliendo, como suelen, es con oscuros intereses partidistas, como sacar a la arena política todos aquellos temas que pueden afianzar a su clientela y dañar la imagen del contrario. En el fondo late la polémica sobre la eutanasia, igual que también está en la plaza el debate sobre el aborto. Son cuestiones candentes que la derecha con la ayuda de la Iglesia, o al revés, ha tomado como bandera de una lucha ideológica sin tregua. Lucha, por supuesto, por el poder.

El daño moral que se ha hecho a los médicos juzgados y apartados de su trabajo y el daño a tantos enfermos que están muriendo con dolores que se podrían evitar, no tiene justificación se persiga el fin que se persiga.

¿Mala praxis de quién?

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