Malafollás en Manhattan

El granadino no es chauvinista porque le importa una polla lo que piensen los demás de Granada

Con menos gente de la esperada (la guerra de Ucrania y la inquietud que sembró tuvieron la culpa) un puñado de personas hemos ido a Nueva York a celebrar el décimo aniversario de las Jornadas de la Malafollá. En la visita al Instituto Cervantes, en donde nos recibieron con una amabilidad pródiga y a prueba de cualquier ramificación de la malafollá, el director del centro, Richard Bueno, me hizo una pregunta que a mí me ha costado responder casi cuarenta años y varios ensayos. ¿Cómo es el granadino? ¿De qué materia está hecho? ¿Qué lo diferencia de un sevillano, un bilbaíno o un ovetense como él, por ejemplo? El encuentro fue en la magnífica sala de conferencias del centro y allí dije que el granadino es, por lo pronto, una persona conservadora a la que le cuesta mucho salir de su zona de confort. El habitante de la ciudad de la Alhambra cuando viaja, parece que lo haga para constatar que no hay otro sitio mejor para vivir que Granada. Y cuando sale está deseando volver con el ya clásico lema en la mente: como Graná no hay ná. También es una persona a la que le cuesta trabajo sonreír, que ama lo diminutivo y tiene una especial querencia por el agua. En Granada, le dije a Richard, hubo censados más de doscientos aguadores y es la única provincia de España que tiene un monumento dedicado a un aguaor. También el granadino tiene un especial temor a lo imprevisto, es escéptico hasta lo permisible y utiliza a menudo la ironía. Igualmente suele ser una persona muy apegada a sus recuerdos y a sus personajes. No es chauvinista porque le importa una polla lo que piensen los demás de Granada. Él sabe que vive en el mejor sitio del mundo, y se siente por ello tan agradecido que no repara en ser más reivindicativo que lo que es. Al granadino le gusta todo lo de antes: las tiendas de toda la vida, las tabernas de toda la vida, los amigos de toda la vida. Además, tiene una forma peculiar de hablar. Sólo en Granada se puede decir una frase tipo: Lavín que malafollá tienes ni pollas. Llegado a este punto, Richard me preguntó qué era eso de la malafollá de la que mucha gente habla. "Puf, Richard, eso es muy difícil de saber. Tienes que estar allí un tiempo para saberlo". Eso le dije. Y ha quedado en venir.

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