La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Maltrato infantil, los ogros reales

Historias como ésta de la niña abandonada en la carretera se repiten con demasiada frecuencia

Un conductor llama a la Guardia Civil. Por el arcén de una carretera de doble sentido y mucho tránsito, lo que le hace difícil detenerse, ha visto a una niña llorando, abrazada a un perro y al parecer sola. La Guardia Civil se desplaza hasta la dirección que el conductor le ha indicado -el kilómetro 324 de la N-111 en el término de Lardero (La Rioja)- y encuentra allí a la niña en llanto, nerviosa y desconcertada, y con ella al perro. Cuando los agentes logran serenarla, se pone en pie la historia. Viajaba hacia Logroño en el coche del amigo, novio, pareja o lo que fuera de su madre. Se quedaron sin gasolina. El tipo llamó a un amigo para que lo acercara a una gasolinera, pero no se llevó con él a la niña y al perro. Los dejó solos junto al coche, parado en uno de los carriles de circulación sin señalización de advertencia de peligro.

La Guardia Civil localizó al individuo viajando en el coche de su amigo. Tras su identificación resultó ser un delincuente habitual. Se le imputó un delito de abandono temporal de un menor y otro contra la seguridad vial por conducir sin tener permiso en vigor. El fulano, que de respetar las normas de seguridad en el tráfico y cuidar responsablemente de una menor parece no tener mucha idea, sí conocía en cambio su derecho constitucional a no prestar declaración, y se acogió a él. La menor fue entregada a su madre, a la que cabría recomendar más tino en la elección de sus amigos, novios o parejas; y más responsabilidad al confiar a su hija a ellos.

Historias como ésta se repiten con demasiada frecuencia. Según Save the Children, en España más de un 25% de niños y niñas han sido objeto de malos tratos en su hogar. A la naturaleza humana, que es la que es, se suma la inestabilidad de muchas parejas. Padrastros y madrastras arrastran una siniestra fama seguro que injusta, exagerada por cuentos y por historias reales de gran impacto. Pero si tantas veces son los padres biológicos los maltratadores, no puede esperarse mucho más de quien no ha establecido relaciones afectivas sólidas con el menor y carece de las biológicas. No soy muy de Sartre. Me pasa con él como con Céline, otro totalitario de tendencia opuesta. Admiro como escribe, pero me repugnan su personalidad y su ideología. Sin embargo, he de reconocer que a veces tiene razón y -en un sentido distinto al que él le da en A puerta cerrada- hay ocasiones en las que el infierno son los otros.

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