La Rayuela

Lola Quero

lolaquero@granadahoy.com

Manual de resistencia en el quiosco de Chalo

Con su modesto cava, brindaban por mucho más que la lotería. Por el aguante, por la lucha, por la revancha.

El miércoles pasado, cuando no eran ni las diez de la mañana, en la casi vacía y mojada Plaza Nueva de Granada, Francisco Bartolomé descorchaba una botella de espumoso y brindaba con su hijo. Celebraban mucho. Los niños de San Ildefonso acababan de cantar un quinto premio vendido en su quiosco, aunque solo fuera un décimo. Luego llegaría el pellizco de otro quinto, pero es igual, la alegría era más cualitativa. Durante muchos años de trabajo en el día de la Lotería, he visto a loteros que reparten millones aparecer ante las cámaras mucho menos exultantes que este quiosquero con sus dos pequeños premios.

La explicación estaba en la crónica que a los pocos minutos nos enviaba el compañero Juan José Medina. En una época muy dura para tantas familias, este hombre ha pasado su propio calvario. Él y su hijo fueron apalizados en septiembre por unos vándalos a los que cometió el error de recriminar que estuvieran haciendo pintadas en su establecimiento. Llegó a estar ingresado en el hospital y el hijo, sucesor en el negocio familiar, también tuvo heridas importantes. Este 22 de diciembre, ya recuperados, ambos bebían y sonreían. Era su revancha. Su aliento. Su pequeña gran resurrección.

El quiosco de Chalo es como la vida misma. Es ese negocio de varias generaciones que durante casi cien años ha dado los buenos días y las buenas noches a tanta gente, donde todavía se puede disfrutar el placer de tocar la tinta del papel impreso, el sostén económico para una familia a la que la pandemia ha pasado una factura muy alta. Ellos, como tanta gente corriente, podrían escribir o inspirar un libro como el del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, un verdadero Manual de resistencia. Pero su aguante no está en la estrategia, en la argucia política o en la capacidad para el discurso. Sale del alma, de lo mejor que esa gente corriente tiene dentro: "Yo decía que lo malo me lo he llevado yo y que ahora tengo que dar lo bueno", declaraba a los medios Francisco cuando se enteró de que había vendido el décimo premiado.

Con su modesto Rondel Oro y en copas de plástico, padre e hijo brindaron por todos sin saberlo. Chocaron sus copas por los hospitalizados, por las familias que han perdido a alguien, por todos los que pelean cada día para mantener en pie su negocio, por los que lo han perdido, por los que ya no tienen empleo o los que lo mantienen pero trabajan de sol a sol, por los que no llegan a final de mes o por los que siguen en la cola del hambre. También brindaban por algo de esperanza para para tanta desesperanza, por los que se hunden en ese pozo de la depresión, por los niños y los mayores que otra vez no se deben abrazar... La verdadera resistencia.

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