La colmena

Magdalena Trillo

Matar al mensajero

LA información secreta vende. Suscita morbo. Curiosidad. Una exclusiva atrae tanto como un cuchicheo en un ascensor. Cuanto más protegido, mayor interés. Recuerden, por ejemplo, los cables de Wikileaks. Ya a finales del siglo XIX, el magnate irlandés lord Northcliffe levantó todo un imperio mediático -murió antes de los 60, agotado, siendo dueño del Times- siguiendo una máxima que se ha mantenido como referencia en las escuelas de Periodismo: noticia es aquello que alguien, en algún lugar, quiere ocultar. Noticia, por tanto, es lo que alguien no quiere que se cuente. Lo demás, decía el en su día conocido como el 'Napoleón de la Prensa', es publicidad. Lo demás, podríamos completar, es propaganda.

Por naturaleza, por vocación, los periodistas somos cotillas… A los periodistas nos encantan los secretos. Pero no cualquier secreto, no sin verificar y no a cualquier precio. Actuamos siguiendo una ética profesional, respondemos a unos principios deontológicos y publicamos con una clara conciencia sobre nuestra responsabilidad social. Hay excepciones, por supuesto, pero de todo este trasfondo se ha olvidado el ministro de Justicia cuando esta semana rescataba el debate para lanzar una amenaza velada a los medios: multar a quienes publiquen filtraciones para "garantizar la confidencialidad" de las instituciones judiciales.

Puedo compartir con Rafael Catalá su preocupación por las filtraciones, en especial, por las revelaciones de sumarios que pueden afectar a la presunción de inocencia y atentar contra otros derechos fundamentales como la intimidad y el honor. De hecho, estamos ante uno de los grandes -y recurrentes- debates en el sector periodístico: la legitimidad -e incluso legalidad- de los medios utilizados para conseguir una noticia; hasta qué punto su valor informativo y su interés han de prevalecer sobre el método de obtención. De la revelación de secretos a la quiebra del 'off the record'. Dónde están los límites cuando se trata de cumplir y garantizar el derecho ciudadano a la información y el principio constitucional de la libertad de prensa.

El debate es tan sensible y complejo que no se entiende el momento en el que el Gobierno lo plantea -a un mes de las municipales y poco más de medio año de las generales-, la forma claramente interesada en que lo afronta -con decenas de casos judiciales por corrupción lastrando las expectativas electorales del PP- y la aparente frivolidad con que se posiciona contra el 'mensajero': el ministro asume con irresponsable ligereza que es difícil identificar y castigar a quienes filtran -pese a que las propias leyes recogen el castigo para quienes revelen secretos- y resuelve el conflicto proponiendo sanciones a los medios. Una vez más, el camino fácil de la persecución y la penalización que el Ejecutivo de Rajoy insiste en convertir en fórmula mágica de gobierno.

Precisamente hoy, los periodistas celebramos el Día Mundial de la Libertad de Prensa en un momento de evidente retroceso de la profesión por el impacto de la crisis económica en la industria periodística pero también por el desconcierto e incertidumbre con que estamos afrontando los retos de la profesión. Son alarmantes las amenazas reales contra las que seguimos luchando (24 compañeros asesinados y 348 encarcelados sólo en lo que va de año) pero también las veladas. Internet y las redes nos han distraído prometiéndonos una democratización informativa que no es real. La mordaza en la era digital es igual de peligrosa que lo ha sido siempre, pero mucho menos evidente. Los ciudadanos nos hemos desarmado ante el espejismo de libertad que nos ha regalado el ciberespacio obviando cómo gobiernos e instituciones desarrollaban sofisticados sistemas de control y de manipulación.

Ni siquiera en las rutinas del oficio estamos a salvo. Lo vemos a diario con reprochables dinámicas como las ruedas de prensa sin preguntas o la propaganda enlatada con que nos torpedean sin que seamos capaces de conformar una postura unida de rechazo y rebelión. El debate en torno al periodismo es apasionante; el de las multas y a quién multar, mucho más. Pero no únicamente para 'matar al mensajero'.

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