Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

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Màxim en la hoguera

La depuración sufrida por Màxim Huerta, parecida a los expedientes de limpieza de sangre del Siglo de Oro

Hace años estuvo de moda entre sociólogos de la Literatura decir que algunos de nuestros grandes escritores eran conversos o epilépticos u homosexuales, y que, para escribir magistralmente, lo mejor es que la vida te trate a patadas. Las vidas regaladas dan para poco en literatura. De hecho, algún escritor regalón pudo afirmar: "cuando amo, no escribo". O sea, que la felicidad entorpece la creatividad. Generalizar no es bueno. Por eso no voy a aceptar sin más que Fernando de Rojas, Fray Luis de León, Santa Teresa de Jesús, San Ignacio de Loyola, San Juan de la Cruz o el mismísimo Cervantes escribieran sus portentosas obras, simplemente porque no se sentían cómodos en una sociedad que los rechazaba por ser epilépticos, homosexuales o conversos. Porque Fray Luis de León, un reputado profesor universitario del siglo XVI, si bien es vedad que procedía de una familia conversa, también es cierto que tenía muy mal carácter y que era más bien iracundo, bastante intrigante y egoísta. Al final, por lo que lo metieron en la cárcel 5 años -diez meses menos que a Urdangarin- , fue por haber traducido El Cantar de los Cantares (cuyo exaltado erotismo Fray Luis no explica pero no esconde), pero también por la manía casticista de la "limpieza de sangre" del Siglo de Oro. Entonces, se investigaba cuidadosamente a los que iban a ocupar puestos relevantes. Se les sometía a un exhaustivo expediente de limpieza de sangre. Para que no se colara ningún converso, morisco o judío en cargos de la Inquisición, en las cátedras universitarias, en los colegios, en la milicia, en los cabildos catedralicios o en la jerarquía eclesiástica. Hoy la pesquisa se ceba en la clase política. El pecado más grave no tiene que ver con la religión. El mayor pecado: defraudar a Hacienda. A Màxim Huerta se le abrió ayer un tumultuario expediente de limpieza tributaria. Ni Santa Teresa de Jesús ni San Ignacio de Loyola, dos místicos aquejados de epilepsia, ni Cervantes ni San Juan de la Cruz, supuestos homosexuales, ni Fray Luis de León o Fernando de Rojas, de ascendencia conversa, tuvieron que soportar un juicio popular tan virulento como el que ayer sufrió Màxim. Obligado a dimitir, quizá a partir de ahora tenga tiempo para escribir un Persiles y Sigismunda o una Oda a la vida retirada. De la hoguera o del infortunio, a veces, surge el genio.

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