Los nuevos tiempos

César De Requesens

crequesens@gmail.com

Mayeando

Te das cuenta de que lo natural se alejó de las ciudades hasta diferirse al extrarradio

Tiene Granada la virtud de que a poco que te pongas a pasear y te dejes llevar, en plan flaneur por sus calles, plazas y rincones, te sales de la urbe y te encuentras de bruces con el estallido de la naturaleza que en este mayo revienta de color y alegría. Urbanita convencido, cansado de ver flores por Facebook o Insta, te topas con la vida que lo impregna todo y te quedas como extático, absorto en la admiración de cómo todo te habla sin palabras. Momento de rendición. No hay vocablo más bello que aquello que tienes ante tus ojos: los verdes irisados de amarillos, las hojas que titilean con el brillo de la tarde por, pongamos Jesús del Valle y el Darro, donde pierdes la noción del tiempo sin que desees volver a la tiranía del reloj y su marcarte el ritmo del espíritu.

Viajas y te das cuenta de que lo natural se alejó de las ciudades hasta diferirse al extrarradio, en reinos del asfalto que dejan las calles llenas de rostros tensos y plásticos, tan parecidos en su macilento tono descolorido que te preguntas si es posible ahí alcanzar ese sueño de felicidad que, sin embargo, te regalan desde anuncios en pantallas, paneles, consolas o escaparates. Difícil y, sin embargo, un intento constante sin mucho sentido.

Saludas, eso sí, las pugnas de la modernidad por reencontrarse con lo natural, las noticias de que en otras urbes ya obligan a verdear las azoteas donde puedes ver árboles incluso rampantes allí en lo alto rozando el cielo entre setos que circundan las salidas del aire acondicionado o las chimeneas altivas.

Lo natural, tan necesario y tan exiliado, condenado al olvido. Hay que rescatar esa lección diaria de lo vivo para reconciliarnos con ese animal que, de tan domesticado, se muere a veces de soledad y encierro en estos nichos-apartamento del centro o de los suburbios, todo tan ordenadito, tan letalmente civilizado, silenciado.

Perderse hasta los confines de la ciudad y rebasarlos para ver lo conocido desde lo olvidado. Y volver, claro, pero con brío. A redescubrir las bondades de los baños de naturaleza, el abrazo de los árboles, las delicias de la cosecha o la terapia de recoger el rocío matutino. Reinventamos lo obvio pero a precio de lujo. Bueno. Al menos retomamos el camino. Volvamos a lo natural, por mayo, y sintamos. Estamos vivos, aún.

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