Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

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'Mcguffin' parental

Los pines parentales son como los 'mcguffins' de Hitchock, algo irrelevante que se hace pasar por fundamental

A Irene Montero, la Comunidad de Madrid le ha impedido dar una charla sobre feminismo en un instituto. Y la ministra, molesta con este pin parental, ha llamado mentirosos a los censores porque, primero, prohibieron la actividad por motivos sanitarios y, después -dijeron- para evitar una catequesis feminista. Ayuso, en la convocatoria de elecciones de ayer, ha mostrado también su preocupación porque la izquierda "entre a adoctrinar en los colegios". Como si no supiera que la escuela actualmente tiene una escasa relevancia en la "catequización" de los jóvenes. Los internados de los años 50 sí que aplicaban auténticos pines sacerdotales o parentales a los que estudiábamos en ellos. Alta tapias cercaban los colegios y seminarios; salidas limitadas. Vacaciones cortas para que no te descarriaras en contacto con el mundo y encargo al párroco del lugar para que vigilara tus pasos. Expulsión del centro si suspendías o por faltas de conducta. Y sobre todo, un pin aterrador: la obligación de confesarte semanalmente (y de comulgar diariamente), con los mismos profesores que te daban Latín, Matemáticas, Ciencias Naturales, Francés o Solfeo. Misa a las 7:30, todos los días, rosario diario antes de la cena, viacrucis, escenificaciones de la pasión en Semana Santa, visitas frecuentes al padre espiritual. Hoy, la escuela no controla nada, simplemente, enseña algunas cosas, en competencia precaria con tabletas, móviles, ordenadores y televisores. Por ellos, les llegan a niños y adolescentes -saltándose los inútiles pines parentales- informaciones valiosísimas; algo desordenadas, pero ricas y, además, pornografía, información sexual e ideológica a raudales. Y los malos ejemplos de los personajes públicos. La escuela es imprescindible para que los niños socialicen y poco más. Lo de los pines es pues una maniobra de despiste, a lo Hitchkock. Lo que el director llamó un mcguffin, algo irrelevante en el argumento de la película pero que marea al espectador e incrementa el suspense. Lo del adoctrinamiento no deja de ser un señuelo oportunista que se agita delante de padres que, incapaces de decir no a sus hijos, sueñan con la quimera de que lo que ellos no consiguen lo van a obtener unos profesores a la carta ideológica, a los que, previamente, han privado de toda autoridad.

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