La chauna

José Torrente

torrente.j@gmail.com

Media dimisión

Usar el socorrido comodín del 'granadinísimo' para aliviar su responsabilidad es despistar al personal

Tras varios avisos previos descubrimos que la fidelidad del hombre de partido tenía un límite. Su lealtad al PP ha caducado. Cerrado por traición. Ha preferido la ira donde antes puso un cajón de sastre de donde sacar explicaciones para cada desastre. Cansado de trocear sapicos para facilitar su digestión, Sebastián Pérez medio dimite, despotricando contra lo que antes defendió, lo que él mismo convirtió en santo y seña de su función orgánica en política: la disciplina de partido.

Ser duro con las espigas amigas devuelve frías espuelas desde el campo de siega. Las cañas, que se vuelven lanzas cuando quien hace política abusa de la media verdad, y confunde el servicio público con poner el público a su servicio.

Sebicas construyó un partido capaz de ir unido a por la victoria y volver a menudo con ella. La alineación de los planetas se hizo carne para escribir páginas inéditas en la historia del PP-GR. Hoy es víctima de su egoísmo. La debilidad que causa la desmedida vanidad le confundió, como casi siempre ocurre cuando se abre la puerta a la soberbia que hipoteca lo colectivo como si fuera propio. El partido soy yo, he ahí la falacia, donde empieza todo.

Dimitir es un valiente gesto de Sebas. Hacerlo a medias, reservándose el lugar desde donde amenazar con bloqueos o vaivenes, huele a estrategia perversa contra el partido que decía amar. Si hace unos meses fue capaz de acatar la disciplina para absorber y participar en el agravio de hacer alcalde a un edil de la tercera fuerza plenaria, por intercambios varios, hoy no puede reprochar a los demás los efectos sobre la salud ciudadana de ese melón que él mismo ayudó a abrir. Usar el socorrido comodín del granadinísmo para aliviar su responsabilidad es despistar al personal.

Quien siempre exigió disciplina de voto, incluso amenazando con expedientes, expulsiones y dos velas negras a los "insurrectos" de su mando, ve hoy cómo el karma le devuelve lo invertido hacia su propio destino, y le reprocha sus efectos, aquellos que disimuló con interesada lealtad porque aún soñaba con un 2+2 imposible. No presidir la comisión es la excusa; no ser alcalde, la razón.

El porqué de un adiós no siempre está a la vista. Algo se intuye cuando la despedida tiene menos lágrimas que rencor, más cinismo que cordura y menos espontaneidad que estrategia. Dimitir es muy digno, pero quedarse el acta de concejal lo afea. Es impropio de un hombre de partido. Sólo el tiempo descubrirá si el adiós es honesto.

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