EL penúltimo comunicado de ETA, a primeros de septiembre, tuvo un efecto democráticamente positivo: nadie se hizo ilusiones sobre su voluntad de abandonar la violencia. Entre otras cosas, porque decía haber suspendido "meses atrás" la comisión de atentados. Precisamente los meses en que le ha sido imposible, por pura debilidad, atentar.

El último comunicado, conocido el sábado, resultó aún mejor (y peor para la banda): no es que nadie se hiciera ilusiones, es que nadie le hizo caso. Pasó desapercibido en los medios informativos y ninguna fuerza política democrática perdió el tiempo en analizarlo y debatir si entre líneas se deslizaba algún mensaje de cambio en sus designios criminales. Zapatero ni siquiera se tomó la molestia de pronunciarse sobre su inanidad, lo cual fue una alegría.

Vamos avanzando, pues, por el único camino aceptable para la resolución del problema terrorista, que es la asunción por los etarras de su derrota, la consiguiente disposición a entregar las armas y la espera de generosidad por parte del Estado democrático hacia la suerte de sus presos. Extremadamente infiltrada y desarbolada, la organización que puso en vilo a la democracia en los años ochenta se dirige a su inexorable final, acuciada además por la presión de su brazo político batasunero que, sin atreverse a romper con ella, clama por su retirada de la escena para que ellos puedan legalizarse y acceder a los ayuntamientos, es decir, revivir.

La añagaza más pretenciosa de las que ha echado mano ETA en su última declaración ha sido aceptar la petición de Batasuna de que unos llamados mediadores internacionales verifiquen la veracidad de la supuesta tregua e impulsen "los pasos necesarios para una solución democrática del conflicto vasco". Con ello se pretende, obviamente, presentar el "conflicto" como una guerra entre dos partes que deben negociar de igual a igual, consagrar la interlocución de ETA y deslegitimar al Estado español, necesitado de la intervención de instancias internacionales para solventar un problema doméstico. Por otra parte, ¿quiénes son esos mediadores? Pues unos son unos cantamañanas, otros unos profesionales del arbitraje bien retribuido, y algunos otros hombres de paz de buena fe, que se han apresurado a desmarcarse del engaño y proclamar que no participarán en ningún intento de conciliación si no lo solicita expresamente el Gobierno español. El paradigma de la mediación trucada y desfachatada es un Brian Currin que pretende mediar siendo, a la vez, asesor de Batasuna y ETA.

Y mientras, la Policía francesa encontró el domingo un zulo con treinta armas de las robadas por ETA durante la tregua anterior, municiones y material explosivo. Abastecimiento, que le llaman.

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