Vivimos en la duda de saber si entre nosotros mismos somos sujetos peligrosos de portar el coronavirus. No sabemos hasta qué punto nos podemos juntar con nuestra familia y nuestros amigos, tanto en casa como fuera. Suena sencillo. Todo se puede. La desescalada y la 'nueva normalidad' lo permiten, sólo hace falta mascarilla y distancia social. Sin embargo, salir a la calle es un ejercicio de confianza en uno mismo, en tu entorno, y en los demás. Y ahí se genera un limbo de lo contrario, de desconfianza, y de una sensación extraña donde parece que uno sí cumple pero los demás no, y que por eso los demás son culpables de los rebrotes y no uno mismo. Es complicado tener seguridad cuando esto del coronavirus es algo tan volátil, tan poco acostumbrados a ver ciencia en directo. Lo que está claro es que ninguna recomendación sanitaria ha dicho que sea seguro ir a una discoteca, llenarla, que los clientes compartan copas o cachimbas, bailen sin control, o que haya quien acuda a Los Cármenes pensando que es buena idea ver los cristales tintados del bus del Madrid. Pero claro, los que autorizaron que volviera el fútbol no se sabe si midieron que los equipos pueden subir o festejar títulos.

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