El pasado 19 de noviembre, en la Comisión Constitucional del Congreso, Unidas Podemos y PSOE no quisieron respaldar, como pedía el PP, una resolución del Parlamento Europeo, aprobada allí por aplastante mayoría, que condena tanto los crímenes del comunismo como los del nazismo y afirma que "ambos regímenes cometieron asesinatos en masa, genocidios y deportaciones" a una escala hasta entonces desconocida en la historia. En nombre de Unidas Podemos, el secretario general del PCE, Enrique Santiago, con evidente olvido de la realidad, se atrevió a argumentar que "el único régimen que ha planificado y ejecutado la eliminación de colectivos y pueblos enteros ha sido el nazismo" y que compararlo con otros sistemas es "complicidad y negacionismo". Ignoro si Santiago miente o se miente, esto es, si deliberadamente oculta las masacres comunistas o si, en su disciplinado sectarismo, sinceramente cree que su ideología es irreprochable.

Sea lo uno o lo otro, los datos son tercos. Tras la publicación en 1997 del Libro negro del comunismo, redactado por un grupo de historiadores bajo la dirección de Stéphane Courtois, me parece muy difícil disimular el rastro de sangre dejado por los Estados comunistas: en torno a cien millones de muertos. Basta acercarse con objetividad a lo ocurrido en la Unión Soviética, en China o en Camboya para abortar todo atisbo de orgullo. Claro que el nazismo merece nuestro más profundo desprecio. Pero no menos un comunismo que aún no ha tenido su Núremberg y que todavía sigue acrecentando su pavoroso legado.

La frase es de Mao y describe bien el tuétano de un pensamiento especialmente insensible ante el dolor humano. Reprendiendo a los que mostraban cierta humanidad, Mao señalaba que "debían tener menos conciencia. Algunos de nuestros camaradas -añadía- son demasiado compasivos, no son lo suficientemente brutales, lo que significa que no son tan marxistas". ¿Es esto lo que defiende Santiago? Desoyendo a Europa, ¿se adhiere el socialismo gobernante a una dinámica tan irracional?

Ni lo entiendo, ni lo entenderé jamás. Crear un mundo mejor reclama poner a la persona en el centro. Ninguno de estos dos fanatismos lo han visto nunca así. Los comunistas y socialistas españoles permanecen hoy impávidos frente a la verdad de sus miserias, embelesados en un futuro que, lo admitan o no, hunde sus raíces en el fango, la ignominia y el horror de los cementerios. Ellos sabrán por y para qué.

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