palabra en el tiempo

Alejandro V. García

Merkozy y las lágrimas

EL sollozo incontenible de la ministra de Trabajo italiana, Elsa Fornero, cuando trataba de explicar los durísimos recortes aprobados por el gobierno italiano de Mario Monti contra los pensionistas (se exigirán 42 años de cotización para cobrar el retiro; se cambiará restrictivamente el sistema de cálculo de las pensiones que, si superan los 936 euros, no experimentarán subidas) me atragantó el desayuno. Por los recortes no por los pucheros. ¡Apaga y vámonos! A esa hora del día uno tiende a la sentimentalidad más que, por ejemplo, al mediodía, cuando la realidad le ha sacudido el polvo al corazón, pero hay llantos que enfrían. Aunque la Fornero lloró bien, con convicción, entornando los ojos y moviendo gravemente la cabeza, como en el drama de Jane Eyre, porque Fornero, y es un detalle importante, no lloró a la italiana (como Silvana Mangano, en Arroz amargo: neorrealista) sino como una actriz de la escuela inglesa, más dolían los números. Algo trataba de esconder. Sus lágrimas rodaban mejillas abajo hasta correr la tinta del decreto de los recortes. Sobre los porcentajes del descuento de las pensiones creció un cerco de humedad y la copia del boletín oficial acabó pringosa. ¡Un decreto humedecido por la pena, casi bruno, llamado a destrozar la vida, o a hacerla más difícil, a miles de compatriotas! En la tragedia de Fornero no había culpables, sólo fatalidad, como en Eurípides.

Como estamos tratando de establecer una Europa unida (en la pena y la alegría) me imaginé a todos los ministros de economía de los países de la unión monetaria llorando en una fotografía de familia. Todos compungidos, sonándose la nariz y haciendo cucamonas. En una mano el pañuelo, en la otra el decreto: ambos con salpicaduras de lágrimas y mocos, tratando de transmitir la condolencia. Puro teatro. Salvo Fornero, Europa se prepara para vender las democracias a los mercados con una frialdad de cadáver. Tienen, por eso no lloran, de plomo las calaveras.

¡Qué malos augurios para una semana tan negra y tremendista para la economía del continente como la que empezó ayer con el té para dos de Merkel y Sarkozy antes de ceder el poder político de los Estados a los tecnócratas y los economistas! ¡Qué terribles presentimientos! ¡Y a qué precio! Europa, desarbolada moralmente, se dispone a ajustar sus cuentas con el mismo sentido de la fatalidad de la ministra Fornero. Como si los gobiernos fueran víctimas de un castigo sobrenatural y no de una acumulación de errores, como si practicaran una disciplina sin ideología, como si detrás de las cifras sólo hubiera remotos espectadores más que ciudadanos. En la rebotica, los que encendieron la mecha de la crisis se disponen ahora a apagarla y a recoger ganancias.

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