Su propio afán

enrique / garcía-máiquez

Mesas extensibles

LLEVO muy bien que Andalucía, la provincia, el pueblo, el barrio y mi casa se llenen de visitantes en Semana Santa. Lo único que me sorprende es que me animen tanto a viajar más, que por qué no viajo, oh viajar, qué maravilla. Sólo gastan más energías para empujarme a hacer deporte. En líneas generales, yo tengo siempre a mano los versos de Mario Quintana: "¿Por qué viajar? Se llega siempre a aquí.../¿Para qué perseguir las alboradas/ si ellas solas, sin más, vienen a mí?" Pero en este caso particular, añado una pregunta ad hoc: "¿Y quién te abriría la puerta, si no, eh?".

Son esos pequeños malentendidos deliciosos entre indígenas y foráneos. Como cuando se quejan de la masificación, y uno no sabe, ejem, adónde mirar. O como la cuestión de la vestimenta. El otro día mi mujer oyó en la playa, a la que se había asomado con una amiga por curiosear el espectáculo, que unas señoras de Madrid decían a sus hijos: "Si os perdéis, estamos aquí, junto a estas dos señoras de invierno". Los turistas danzaban en trajes de baño y se metían en el agua como si no hubiese mañana, digo, como si no hubiese junio, julio, agosto y septiembre, que ya son meses para zambullirse.

Yo no he bajado a la playa. Porque no tengo prisa, por supuesto, y también porque en casa hay que abrir las mesas extensibles, sacar las camas nidos, reconvertir el cuarto de juego -que es el que da más juego- en dormitorio de campaña y proveer la despensa. Me estoy pegando un viaje.

Como uno es teórico por naturaleza, doy en pensar que esto de los invitados es un lujo directamente importado de las casas de campo de las novelas de Jane Austen o de P. G. Wodehouse. En aquellas mansiones con más alas que los serafines (que usaban dos para taparse, significativamente, el rostro) y con un servicio impecable y multitudinario, tener invitados era un placer de dioses. No es el caso.

Sigue siendo un placer, quiero decir, sin duda, pero no talmente de dioses. De hecho, eso es, en el fondo, lo mejor: el placer resulta profundamente humano. El impagable ensayista francés Fabrice Hajdadj acaba de publicar ¿Qué es una familia?, donde explica una imagen redonda. Tan vital como el sexo, que nos hace padres, es el ombligo, que nos hizo hijos. Alrededor de él, se van congregando todas las relaciones familiares y los amigos, que son como la familia. Y vaya si se congregan: una fiesta. A ratos como El Guateque de Peter Sellers.

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