Misericordia

Tenemos que elegir entre la política de la cordialidad y la política del resentimiento

La calle Misericordia hace esquina con la plaza de los Lobos. Recibe su nombre del Hospital de la Misericordia, que se fundó a mediados del siglo XVI en esa esquina para atender a los enfermos más pobres.

El hospital ya no existe y hace mucho que no se ven lobos en Granada; pero el edificio del hospital sigue en el mismo sitio. Quien se planta frente a él solo tiene dos opciones: o avanza por la Misericordia o se decanta por los Lobos. No hay tercera vía.

La misericordia es, según la RAE, la virtud que inclina el ánimo a compadecerse de los sufrimientos y miserias ajenos. Seguramente poseían esa virtud quienes establecieron el Hospital de la Misericordia. No la poseen quienes, como José Manuel Soto o Sánchez Dragó, se han burlado de los sollozos que se le escaparon a la ministra de Igualdad, Irene Montero, el pasado 25-N. Un país decente reprendería a quienes se ríen del sufrimiento ajeno. En el nuestro se jalea a lobos como Soto o Dragó, acostumbrados a que les celebren las ocurrencias que les salen del trabuco.

Algunos han acusado a Montero de hacer teatro, pero no creo que fingiera; entre otras razones, porque sabrá que mostrar debilidad no es rentable en política. La cultura política dominante alaba, en teoría, la fría inteligencia. Sin embargo, la política nunca es desapasionada, por lo que el menosprecio de los buenos sentimientos y los gestos amables solo es una coartada para legitimar la agresividad, el resentimiento, la soberbia y otras pasiones habituales en la vida interna y externa de los partidos, incluido aquel en el que milita Irene Montero.

No voy a discutir si Montero tiene o no razón en los debates que fueron causa de sus lágrimas. Solo diré que ningún debate político, y menos aún los que se producen entre quienes comparten en gran medida sus proyectos, debería enconarse tanto como para hacer llorar a nadie. En circunstancias como las actuales deberíamos poder reservar las lágrimas para nuestros muertos y convertir la política en un ejercicio de colaboración para solucionar nuestros problemas.

Martha Nussbaum defiende en su libro Political Emotions que el Estado debería promover el amor. En el caso de España, me contentaría con que nuestros representantes dejaran de sembrar odio. Tenemos que elegir entre la política de la cordialidad y la política del resentimiento. No hay tercera vía, ni política sin pasiones: o practicamos la misericordia o nos devorarán los lobos.

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