Monedero y los fogones

España es un país manifiestamente mejorado (y mejorable), del que no debiera avergonzarse el señor Monedero

Se quejaba el señor Juan Carlos Monedero de los pijos que vivaquean por las terrazas, sin ponerse la mascarilla, y al momento le sacaron una foto suya comiendo en un buen restaurante de Madrid, también sin cubrirse la boca. Asunto éste que fue utilizado para acusar al señor Monedero de hipócrita y aprovechategui, mientras que él se defendía recordando una obviedad: en España, uno come donde quiere (y a la verdad, donde puede). Lo cual, bien mirado, vale también para los pijos de las terrazas; y en suma, para todo aquel que salga a la calle a gastarse sus dineros honradamente, y con ganas de pasar, del mejor modo posible, la pandemia.

Lo malo de todo este razonamiento del señor Monedero es el cuadro solanesco que le subyace: de un lado está la gente pobre pero honesta, que come cualquier cosa, y de otra parte, la aristocracia refinada y maléfica, que se arrellana en las terrazas y merienda langosta con champán helado. Entre medias, las almas superiores como el señor Monedero, que pueden visitar los grandes fogones de la capital sin convertirse en uno de ellos (la casta, etcétera). Lo cierto, sin embargo, es que una de las industrias más destacadas de España es la cocina (ahí tenemos a los niños, concursando en programas de televisión), y que dicha industria concierne a numerosos sectores, extraordinariamente mejorados, desde la alimentación a las bodegas, así como a la hostelería que los sirve. Esto implica una porción importante de empleos cualificados y un puesto de vanguardia en la ciencia gastronómica, en la Re coquinaria de Marco Apicio, cuya importancia -véase a los grandes cocineros españoles de hogaño- acaso no hayamos valorado bien. Pero implica, sobre lo anterior, que España no se parece en nada a aquel país de Larra y Richard Ford, donde las fondas eran dueñas de una cocina atroz, envilecida y pobre.

Un poeta de Barcelona, Gil de Biedma, decía que de todas las historias de la Historia, la de España era la peor, porque siempre acaba mal. Pero esta melancólica majadería, sobre ser falsa, resulta intolerablemente determinista y no explica que España haya pasado de la berza galdosiana a la fecunda variedad culinaria que hoy exhibimos. Lo cual quiere decir que España es un país manifiestamente mejorado (y mejorable), del que el señor Monedero no debiera avergonzarse. Y que la historia de España, de la última y mejor España, también se ha hecho en los fogones.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios