Palabra en el tiempo

Alejandro V. García

Morente

SESENTA y un médicos han salido en defensa, como empujados por un resorte corporativo, de Enrique Moreno, el cirujano que operó a Enrique Morente un día aciago de comienzos de diciembre de hace ya dos años de un cáncer de esófago en la Clínica La Luz de Madrid. Allí, unos días más tarde, después de una extraña complicación, en apariencia una hemorragia sobrevenida durante el postoperatorio que ningún sanitario atinó a parar (según la familia porque no estaban), Enrique se apagó y dejó huérfanas a varias generaciones de amigos y admiradores. Ha pasado el tiempo y hemos leído decenas de crónicas judiciales sobre las circunstancias estremecedoras e incomprensibles que se sucedieron en aquellos días terribles. Las hemos leído con paciencia, tratando de recomponer un relato coherente que explique (nos esclarezca) la ceremonia de errores que culminó con el fallecimiento pero, para quienes fuimos amigos de Enrique, es una tarea difícil, casi imposible. A las intrincadas y por momento sórdidas circunstancias que se supuestamente se dieron en la clínica madrileña, a las inexplicables equivocaciones y a las sorprendentes ausencias que señalan los abogados, se une el dolor y la ira de quienes, dos años después, seguimos sumidos en una profunda y angustiosa perplejidad.

Ayer los compañeros de profesión del médico salieron en su defensa. Fue una defensa a bocajarro, a la desesperada, tratando de salvar el honor del cirujano no por lo que hizo (o lo que no hizo) sino por su biografía, como si la lista de méritos y la experiencia pudiera redimir y regenerar cualquier equivocación, como si la excelencia fuera un seguro contra los desaciertos o los descuidos. Dicen los compañeros de Moreno que "la técnica quirúrgica aplicada al cantaor fue la única que puede ser curativa" y la "más adecuada"; alegan que es el médico español "con más experiencia en cirugía del esófago"; añaden que sus "conocimientos y habilidades técnicas" han posibilitado que muchos enfermos sobrevivan "después de haber sido desahuciados", e insisten en que, ante casos difíciles, siempre intenta realizar el mejor tratamiento de la enfermedad, tanto en la medicina pública como en la privada.

Es decir, dan por hecho que los merecimientos y las virtudes imposibilitan un error o una atención deficiente. Pero saben que no es cierto, que la acumulación de hazañas no libra ni disculpa un error. Leo y releo el escrito de los compañeros de Enrique Moreno y mi perplejidad (y desconfianza) aumenta. Pero es la muerte, la desaparición de Enrique, lo que cubre y confunde todo como un enigma irresoluble.

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