Rosa de los vientos

pilar Bensusan

Muertes inútiles

EL pasado Corpus unos amigos me invitaron a los toros, era la primera vez que asistía a una fiesta que, aunque de plástica muy estética y colorida, siempre me ha parecido de tremenda dureza para espíritus sensibles como el mío. Reconozco que mis acompañantes, todos amantes de los toros, fueron muy comprensivos ante mi rechazo a semejante espectáculo, y a mi lado estuvo todo el tiempo un atento torero sevillano que me iba explicando el festejo y avisando de cuándo iban a matar a los toros para que no mirara…

Ya desde la entrada me identifiqué inmediatamente con un grupo de manifestantes anti taurinos que había en la puerta de la plaza, pero pensé que para opinar debía asistir a la mal llamada fiesta nacional… Comprobé también que es del agrado de muchos conocidos míos, y, tras varias horas contemplando el sufrimiento de los seis toros, corroboré que no me equivocaba en mis apreciaciones al respecto, que he mantenido y defendido siempre, habiendo firmado en múltiples campañas ante la grata sorpresa de los animalistas, cuyo estereotipo de anti taurino no debe de coincidir con mi perfil…

Lo que más me impresionó, aparte de la valentía de los toreros, fue lo que padecían los animales con las banderillas, los picadores, sus desgarradores gemidos de dolor y cansancio mientras los toreaban, y su muerte… pero, de éstas, la insensibilidad del público que vitoreaba la destreza de los matadores al culminar su faena, me impactó…

Tras la sobrecogedora muerte el pasado sábado en Teruel del torero Víctor Barrio, quizás sea hora ya de plantearse seriamente el dar una solución a la permanencia de la fiesta de los toros en su formato actual. 134 muertes de profesionales del toro en el siglo XX, siendo la del joven torero de 29 años la primera del siglo XXI.

No creo que la solución sea la prohibición de las corridas de toros como ha hecho Cataluña, sino dejar que pervivan, dada su expresividad artística, pero evitando la muerte del toro, en la plaza y después…

Pero no sólo hay que solventar el problema que para muchos españoles nos generan los toros, sino también el de muchas fiestas que se celebran en pueblos y ciudades de toda España y que tienen un importante componente de sufrimiento para estos animales. Como los bous a la mar de Denia, en donde las vaquillas luchan por no ahogarse y alguna ha perecido así; los Sanfermines, que llevan ya bastantes heridos, algunos graves; los toros embolados del Levante, que les producen ceguera y estrés; los encierros de muchos pueblos, en los que ya han muerto dos hombres, uno en Valladolid y otro en Alicante; o la apoteosis de la crueldad e inhumanidad del Toro de la Vega de Tordesillas, recientemente prohibido por la Junta de Castilla y León, pero que el Consistorio piensa recurrir en amparo ante el Tribunal Constitucional.

Los defensores de los toros arguyen que no existiría la raza sin la fiesta, pero se puede conservar la raza y la fiesta con otro perfil menos violento y sanguinario que el actual, que daña la sensibilidad de cada vez más españoles, que también merecemos respeto. No es de recibo que en el siglo XXI sigan permitiéndose eventos con sufrimiento animal y muertes inútiles, de toreros y de toros…

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