El termómetro

ENRIQUE NOVI

Mundo paralelo

ME propuse pasar desapercibido en mitad de la nieve. Me vestí enteramente de negro. Y funcionó. Luego decidí irme a vivir a Kinshasa, capital del país más pobre del mundo, y camuflarme entre su población con idéntica intención, la de pasar desapercibido. En esta ocasión me transmuté en una rubia de origen noruego, adinerada heredera que lejos de ocultar su riqueza, hacía ostentación de ella. Aunque no me crean, también funcionó. También me funcionó aquella vez que persuadí a todo mi entorno de mi corazón republicano bordándome un blasón real en la pechera y dando los más calurosos vítores al rey, un Borbón, por cierto. Antes de eso, en otra de mis aventuras, trabé una linda amistad con un contrabandista gallego. Se portó muy bien conmigo. Me invitó a su yate y nos hicimos unas fotos juntos para dejar constancia de nuestro compadreo. Años más tarde, siendo ya presidente de mi comunidad (yo, no el contrabandista), alguien con mala intención sacó aquellas antiguas fotos para dañar mi carrera política. Fuera quien fuera, ni que decir tiene que fracasó, pues todos mis compañeros de partido destacaron mi honestidad y mi integridad. Sé que muchos pensaron que un hombre honesto e íntegro jamás negaría a aquel que un día fue su amigo, y menos en circunstancias tan adversas. Los que eso piensan, aplicando el viejo proverbio chino que dice que amigos son aquellos que en la prosperidad acuden al ser llamados y en la adversidad sin serlo, no conocen el mundo paralelo del que les estoy hablando; les falta imaginación. Les diré más. En cierta ocasión, -por entonces ejercía la secretaría general del partido gobernante- quise pasar a la historia como el dirigente de la transparencia. Primero anulé las preguntas de las ruedas de prensa. Más tarde, animado por los grandes progresos que obtenía a la vista de todos, daba esas mismas ruedas de prensa en diferido, a través de una pantalla de plasma, a salvo de las intoxicaciones periodísticas, a modo de simulación, como si dijéramos. Por supuesto, también funcionó. Ni un solo medio tuvo la osadía de poner ninguna pega a mis intervenciones. Y así, convertido en un líder carismático, indiscutible, logré lo que nunca antes había logrado nadie. Que ninguno de mis correligionarios observara indicio alguno de injusticia o déficit democrático en las actuaciones policiales destinadas a sacar por la fuerza a las incautas familias que no podían hacer frente a sus compromisos de pago, y en cambio, no les quedara ninguna duda de que era absolutamente intolerable que nadie acosara a aquellos que lo permitían. Y, ¿saben? Tal vez no me crean, pero en el mundo paralelo donde habito, funcionó, ya lo creo que funcionó.

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