En el Museo de Bilbao

El museo exhibe los turbadores recién restaurados goyas del palacio de Zubieta

Acabo de salir del Museo de Bellas Artes de Bilbao. Hemos venido expresamente hasta aquí para disfrutar de la fastuosa exposición que esta pinacoteca -una de las mejores de España- consagra durante todo el verano a Ignacio Zuolaga, el gran pintor vasco, artista de referencia que fue para los literatos e intelectuales del 98. Al comienzo de la muestra, en lugar preeminente, está colgado nuestro "Retrato de Monsieur Banchy", de la colección del Museo Ibáñez, obra del mejor Zuloga de juventud, pintada en París. Luce maravillosamente, como renovado, y es emocionante poder verlo en un espacio tan acogedor y diferente al de su emplazamiento habitual. Sucede con frecuencia que el hecho de ver una misma obra expuesta en lugar e iluminación diferentes, incluso junto a otros compañeros de viaje, permite hacer lecturas nuevas de ella. Hacía ya casi dos meses que no lo contemplábamos y el reencuentro ha sido muy emotivo. Al mismo tiempo, el museo exhibe los turbadores recién restaurados goyas del palacio de Zubieta, de Lequeitio, tres retratos de concisa y austera concreción, tan magistrales y esenciales por muchas cosas. Merece la pena acercarse solo por ellos; en especial, los dos cuadros del matrimonio Adán de Yarza atesoran la magia indefinible del mejor Goya, ese que parece no tener nada y, sin embargo, lo tiene todo. Es capaz como pocos de desvelar -al modo más netamente heideggeriano- la esencia del ser, lo único que verdaderamente importa y que, sin que sepamos muy bien qué es, se muestra nítidamente ante nuestro asombro y estupefacción. Para rematar la visita hemos dado una última pasada a la colección permanente del museo, colgada con nuevos y caprichosos criterios de curador moderno; un juego de mezclas que ofrece diálogos las más de las veces poco afortunados y absolutamente descontextualizados. Imagínense a Murillo con Oteiza o a Ribera con Bacon. O varias paredes con cuadros apiñados, desde Antonio Moro, Zurbarán, Sorolla, Hockney o Vázquez Díaz, todos juntos y revueltos; una ensalada muy difícil de digerir. En fin; parece que hemos de acostumbrarnos a estos caprichos de directores o conservadores de museos que se aburren y no saben cómo poner el huevo. Es una lástima, pues la colección del museo de Bilbao, con grecos, goyas, zurbaranes, mucha obra de calidad del XIX, incluido un maravilloso cuadro de Mary Cassat, es pequeña pero muy buena y merecería una seriedad y respeto mayores.

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