Naufragios

Un Gobierno europeo no puede publicitarse con el salvamento de los infortunados

En La fortaleza asediada, Martí Font y Christope Barbier analizan el origen de los populismos que hoy asedian Europa (populismos entre los hay que incluir a los nacionalismos hodiernos), y lo vinculan acertadamente a tres factores: la mundialización, la crisis y la inmigración. Es decir, que los europeos de hoy se sienten más pobres, más deslocalizados y con la amenaza -más figurada que real- de una muchedumbre foránea que llega para usurpar sus trabajos. El actual Gobierno de Italia, que quiere censar a los gitanos, es un ejemplo deplorable y exacto de cuanto sostienen Font y Barbier. Pero también la intolerable prédica racista del president Torra y el populismo, vagamente xenófobo, de Nigel Farage. Lo cual quiere decir que sobre los orígenes físicos, constatables, de esta dilución de Europa en gregarismos airados, planea el fantasma -y sólo el fantasma- de una invasión, que moviliza los miedos y las pasiones de los votantes.

Esto significa que el presidente Sánchez haría bien en no darle la publicidad (la insólita y abrumadora publicidad institucional, televisiva, etcétera) que se le ha dado al rescate de un barco de emigrantes. Todos los días llegan a España cientos de náufragos a los que no recibe nadie, más allá de la Guardia Civil, Vigilancia Aduanera y la Cruz Roja. Y estaría bien que dicha labor hercúlea y eficaz permanecieera en la umbría; pero no sólo por la ofensa innecesaria al Gobierno de Italia, cuyo programa podría resumirse en un Italia first, "Italia para los italianos" u otro tipo de eslogan redudante. No. El verdadero problema, como señalan Font y Barbier, es la suspicacia y el temor que suscita la emigración, y cuyo alcance es difícil de calcular, dado el origen, en parte ilusorio, de tales temores (recordemos el extraordinario grado de abominación que ha alcanzado el Ejecutivo Trump, separando a los padres emigrantes de sus hijos).

Bien es cierto que para Trump, como para Torra, esos niños quizá no sean más que pequeñas bestias con forma humana. Pero un Gobierno inteligente, pero un Gobierno europeo, no puede publicitarse con el salvamento de los infortunados, cuando lo que se juega es el futuro del salvamento mismo; cuando lo que se ventila, en fin, es la propia pervivencia de la Unión Europea y una cierta idea de democracia. España no necesita, pues, verse fagocitada por los populismos como Grecia e Italia. Y tampoco necesitamos importar una cuota de nacionalismo ignaro. Siendo juiciosos, al Gobierno actual le bastaría con no alentar el miedo.

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