SAY it loud: I'm black and I'm proud." (James Brown). Parece que esta vez Jeb, el hermano pequeño de George W. Bush, no podrá volver a demostrar su maestría culinaria con la receta del pucherazo Florida style. En el momento en que escribo esto todo parece indicar que el nuevo presidente de los EEUU será Barack Obama.
A los políticos, como a los dioses del Olimpo, los conocemos por sus atributos, y Obama tiene dos bien visibles: es demócrata y es negro -en puridad, mulato-. La primera de estas circunstancias no me da ninguna garantía de que vaya a hacerlo bien. Recordemos que fue un presidente demócrata, Truman, el que ordenó lanzar las bombas atómicas. Que fue el sobrevalorado Kennedy quien autorizó el fiasco de Bahía de Cochinos. Que fue durante el mandato de Johnson cuando se iniciaron los bombardeos masivos sobre Vietnam con napalm. Y que el último presidente demócrata hasta ahora, el inefable Bill Clinton, no dudó en bombardear una fábrica de aspirinas en Sudán para distraer la atención mediática cuando su asunto con Mónica Lewinsky saltó a la prensa. En política, los hechos no dejan demasiado espacio para la esperanza ya que la mayoría de las veces el pragmatismo y el servicio a los "intereses nacionales" suelen pasar como una apisonadora por encima de las ideologías, sobre todo cuando éstas traen aires de cambio.
Aunque algo de ternura destila Obama cuando dice "voy a cambiar el mundo". Los cínicos como yo tendemos a relativizar las presuntas bondades de los políticos y nos pasa lo que al apóstol Tomás: necesitamos ver para creer. En este sentido empezaré a creer en la resurrección de los muertos cuando vea que EEUU da la razón de vez en cuando y para variar a los palestinos, y no siempre a Israel; cuando su presupuesto de defensa deje de ser superior al de sanidad y educación juntos o cuando los norteamericanos pobres -muchos millones- tengan algo parecido a lo que en Europa entendemos por seguridad social.
Lo que sí me inspira más confianza, por así decirlo, es la negritud del presidente electo. Sé que esto supone una arbitraria muestra de racismo positivo pero qué puedo hacer: muchos de los personajes a los que históricamente he admirado han sido negros y estadounidenses. Algunos de ellos, por desgracia, además de sufrir las injusticias de la segregación, murieron violentamente. Desde Robert Johnson a Marvin Gaye. Espero que ningún chiflado visionario, de esos que aman a Dios y a las armas en la misma medida, decida salir a la caza del negro y acabe por hacer imposible aquello que cantaba el gran Sam Cooke, también asesinado a la puerta de un motel: A change is gonna come (Un cambio va a llegar). Que así sea.
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