Mirada alrededor

juan José Ruiz Molinero

Niños y mujeres de las guerras

EUROPA, otrora defensora de los derechos humanos, estudia un preacuerdo con el discutible, desde el punto de vista democrático, gobierno turco -que, por cierto, ha confiscado el diario Zaman, crítico con el régimen- para impedir acoger a 160.000 refugiados que huyen de las guerras civiles de sus países y el terrorismo yihadista. Dará a Turquía varios miles de millones de euros para convertirla en el nuevo muro de la vergüenza que impida el paso de los desesperados procedentes no sólo de Siria, y, además, se les 'devolverá' millares de refugiados. Se cierran las fronteras para acceder a la Europa de los mercaderes, como ocurre con las alambradas colocadas entre Grecia y Macedonia, en la que más de 40.000 personas se encuentran atrapadas, en medio del frío, la lluvia, muchas de ellas a la intemperie, sin comida ni atenciones médicas, salvo la que proporcionan organismos como ACNUR o Médicos sin Fronteras, incapaces de mitigar el horrible problema humanitario.

Entre esa multitud de personas desesperadas que han sobrevivido a los bombardeos de unos y otros, a los crímenes de los extremistas islámicos, a los naufragios en el Egeo y al maltrato de las mafias hay mujeres y niños, muchos niños. Las primeras, seguro que no han podido celebrar el Día Internacional de la Mujer, que reivindica, con toda justicia, la igualdad y los derechos entre hombres y mujeres. No han podido acudir a manifestaciones ni congratularse que en Valencia, por ejemplo, se ha dado un paso adelante en la igualdad de género al poner en los semáforos muñequitos con faldas, como los hay con pantalones, a igual que se hace en los servicios higiénicos de los bares.

La desigualdad, por desgracia, no ha desaparecido de España ni siquiera de Europa. Pero, en este momento, creo de absoluta justicia y un mínimo de sentido humanitario que la UE no se convierta en verdugo despiadado de miles de seres humanos que huyen de la muerte que guerras civiles -en las cuales Occidente no puede sentirse absolutamente desvinculado-, o crueles bandas de asesinos, cobijados bajo signos religiosos, les brindan a ellos y a sus familias, mujeres e hijos, en una espiral de desesperación y muerte que pocas veces ha vivido la Humanidad.

Presten alguna atención a esas miradas de niños y niñas chapoteando en el barro, agarrados a una alambrada espinosa y dejen de regodearse, por unos momentos, del espectáculo esperpéntico que nos ofrecen nuestros políticos, cogidos o no de la mano, como eventuales y ridículos enamorados, besándose en el Congreso de los diputados y diputadas o enzarzados en zafias peleas a la búsqueda del poder. Hay, por desgracia, cosas más importantes y dramáticas en el gran teatro del mundo.

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