La chauna

José Torrente

torrente.j@gmail.com

Nochebuena

En los menús de Nochebuena no manda el cambio climático, sino la costumbre, el poder adquisitivo... y el precio de la luz

En esta España cada vez más polarizada, la Nochebuena descubre el lado más amable y simpático entre allegados, íntimos, ex íntimos y también con los convivientes ajenos. Espíritu navideño lo llaman. Será que el Niño Dios obra el milagro. El caso es que creyentes y no creyentes festejan algo. Y lo celebran como nunca aunque sean los de siempre.

La Nochebuena sirve para reconducir la malafollá ordinaria. Tiene el don de redistribuir el talante entre los no habituales de su uso y de recargar de melaza la bonhomía cotidiana. Los más actualizados la llamarían espacio de libertad, donde las dietas se omiten, los enemigos se reconcilian, o, al menos, pausan la enemistad hasta enero, con su cuesta.

Ayuda a cultivar el oportuno afecto navideño el reencuentro con la familia…, y el besugo o el pavo, los langostinos de Sanlúcar, las quisquillas de Motril, las gambas de Garrucha o el cordero segureño en lata o a la brasa de sarmientos que, junto a la insustituible ensaladilla rusa y el tartar de frutas tropicales, hacen de manjares conexos, uniéndonos en torno al porqué. Es la razón que ayuda a entenderlo todo, la familia, con todos sus 'avíos', aunque a algunos nos falten ya los más importantes. Vivir también es echar de menos.

La principal cena del año cristiano como lugar de reconciliación entre cuñados, nueras y yernos, haciendo menor (o no) áridos debates sobre vacunas certificadas, merengues y culés, sanchistas, voxistas y comunistas del rancio podemismo postpablista que nos quiere reeducar, refundar y reconducir de bolivariana manera. En estas fechas nuestras polémicas ordinarias son menos pasionales, tan arcaicas o prosaicas como lunas distintas señala el mismo dedo acusador.

El ministro Garzón lo intenta dirigir, pero el consumo va con la tradición a cuestas. Y contra eso es difícil triunfar. El control que pretende don Alberto mucho me temo que no va a trastornar los planes de las familias, en cuyos menús no manda el cambio climático sino la costumbre, el poder adquisitivo… y el precio de la luz que impide hornear más de lo estrictamente necesario.

A la Navidad le sobra jolgorio y le falta fiesta. Celebrar más pero mejor. En nuestro calendario gregoriano es la fecha del bien intencionado afán. La que buscamos convertir en una oportunidad para el reencuentro, el perdón y la renovación de nuestras promesas, seglares o perversas. Es la fecha que el calendario nos deja para intentarlo. Otra cosa será lograrlo.

¡Feliz Navidad!

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