Arcaduces de noria, el que lleno viene, vacío torna". Leo este refrán en el Tesoro de la lengua castellana de Sebastián de Covarrubias y se me eriza la piel. Como el comienzo de una novela de Stephen King, presiento las cabinas de cristal, cerradas, herméticas, llenas de sonrisas, las carreras para subir, las colas interminables… Luces, felicidad y una música de carrusel de fondo. Se elevan los arcaduces cargados de vida, de vidas, ocho, creo, en cada cabina, multiplicadas por los diversos turnos. Las cabinas son los componentes más importantes de una noria, deben ser agradables, dice una empresa que las construye (Ferris Wheels), para "competir con los requisitos futuros de las autoridades locales y atraer opiniones positivas de los medios y los periódicos". Nuestras autoridades locales han estado de acuerdo, unánimes, en que ruede de nuevo la noria esta Navidad. Avanzamos en la trama de la novela de terror. Para que el argumento sea más creíble, nos tranquiliza el concejal de Seguridad Ciudadana con un protocolo anti Covid y la certificación de espacio seguro por parte de la Junta. Carta blanca para disfrutar. No sabemos en qué consiste ese protocolo, tan sólo vemos, a pie de calle, un espacio acristalado con ocho personas dentro, quizás de la misma unidad familiar, quizás no, en cualquier caso, penderán en el aire como los propios cangilones, entre una y otra vuelta, los aerosoles de los gritos de emoción al subir y bajar, con la mascarilla perfectamente colocada bajo la nariz. La coda de esta historia puede ser terrible, lo sabemos. "Todos los pasajeros que ingresen a las cabinas recordarán las sensaciones que se perciben al mirar el panorama circundante a través de las ventanas", dice el fabricante. Al menos, un último recuerdo grato en aquellos que formarán parte de la estadística de la tercera ola.

"No podemos relajarnos, no podemos bajar la guardia", dice el presidente. Una noria no ayuda a no relajarse, a tomar conciencia de que no sólo somos víctimas, somos armas de contagio. Ante el menor peligro de "cierres", la oposición, alerta siempre, inquiere: "¿Tanto cuesta celebrar la Navidad que es el nacimiento de Jesús? ¿en un país cristiano?". No es así. Según el art. 16 de la Constitución se establece el principio de aconfesionalidad del Estado. Una Carta Magna copiada en buena parte de la Ley Fundamental de Bonn de 1949 (Titulo VIII, el famoso 155, etc…).

Alemania ha sido ejemplo de lo bueno, de lo bien hecho, modelo a imitar, en lo que conviene. Casado recrimina al presidente que no llore como Merkel públicamente, pero evita hostigar para que, como Angela Merkel, suprima las fiestas navideñas, más fructífero y más solidario que lamentarse después. Alemania (83.166.711 total de habitantes) con 169,1 casos por 100.000 habitantes en los últimos siete días cierra el país, nosotros (47.332.614) con 201,16, montamos norias, físicas y metafóricas.

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