La chauna

José Torrente

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Normalizar insultos

Quiere que el exceso verbal sea el ruido que fija miradas donde poco interesa, pero a él más le conviene

Normalizar los insultos, pide Iglesias. Poder insultar a periodistas con normalidad. Jarabe del suyo, pero, eso sí, no para lo suyo, que no es poco.

Puestos a insultar, hágase con fino literario estilo. Como el pique de Quevedo con casi todo coetáneo suyo en el Siglo de Oro. Desternillábase don Francisco atacando, hiriente y mordaz, al dramaturgo Ruiz de Alarcón por ser jorobado de pecho y espalda. Corcovilla fue el mote apóstrofo en los punzantes versos escritos por Quevedo, que también era cojo. ¿Quien puede ser almorrana / de la peor rabadilla? Corcovilla.

Patacoja era la réplica que Alarcón ideó en versos de respuesta, también repletos de ácidas pullas hacia la cojera del socarrón madrileño. Quien contra todos escribe / escribiendo con los pies / Patacoja. Quevedo remató aquel debate versicular con este alarde: Tanto de corcova atrás / y adelante, Alarcón, tienes / que saber es por demás / si es que te corcovienes / o es que te corcovás.

Este bajón de calidad que Iglesias propone para nuestra democracia, ni más ni menos que desde la sala de prensa de la Moncloa, y tras un Consejo de Ministros, ya ha obtenido clara respuesta en Galicia y Euskadi. Normalizar el insulto es querernos alineados en la cola de la pobreza lingüística, una forma de amarrar el nivel político por abajo, allí donde el hedor a totalitario escupe síntomas fétidos de grosera manipulación.

Puesto a meditar sobre el pensamiento ese de don Pablo, se queda uno a cuadros conociendo la intención del vicepresidente segundo del gobierno, para insomnio de Sánchez y duermevela de quienes tenemos confianza escasa en las verdaderas intenciones del galapagueño. Lo han echado del parlamento gallego, y casi del vasco. Porque la normalización ésta que pía don Pablo, a raíz de sus litigios personales, es una chicuelina fina del torero de la verborrea, con la que poner opacos velos al ventanal de su cloaca. Que miremos para allá, que él está mudándose al sótano oscuro del poder. Entreteneos con estos cuantos sopapos, que ya vendré luego con más hierba y maíz.

Según Iglesias la nueva normalidad es la normalización del insulto. Hacer del rigor en la crítica un caldo para poco elitistas paladares. Su menú del día es más un puré de palabras malsonantes que puritano su léxico o elegante. Quiere que el exceso verbal sea el ruido que fija miradas donde poco interesa, pero a él más le conviene. Así le ha ido, haciendo campaña contra periodistas para normalizar los insultos.

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