Brindis al sol

Alberto González Troyano

Novelas para el verano

HACE tiempo, cuando los preparativos para el verano eran un aliciente en sí mismos, había una tarea primordial: seleccionar los libros que llenarían con sus aventuras los largos días de sosiego que se avecinaban. Durante los meses previos se programaban, meticulosamente, las lecturas capaces de transformar una tarde de tedio en una vivencia, en principio sólo leída, pero tan válida como la vida misma. Los criterios con los que se elegían esos títulos, cargados de presagios, eran muchos, pero prevalecían las grandes novelas-ríos, con centenares de páginas, que exigían tiempo, pero en las que ya se recogían grandes experiencias y conflictos. Novelas escritas casi siempre en un siglo, el XIX, que produjo la más completa saga de narradores. Novelas que, según dijo Félix de Azúa en un bello ensayo, parecían escritas para ser leídas en el mullido y cálido clima de los trenes expresos que atravesaban Europa.

Movido por esa nostalgia, podría uno atreverse a recomendar, para estos días, tres títulos entresacados de las más clásicas novelas decimonónicas. Un tríptico que ofrece un vivo y completo fresco social de su tiempo. Tres novelas escritas por tres hombres (Flaubert, Tolstoi y Clarín), que supieron imaginar y construir tres insuperados retratos de mujeres: Madame Bovary, Ana Karenina y La Regenta. Tres obras que pueden y deben ser leídas consecutivamente (en un mes hay tiempo), porque ese encadenamiento permite contrastar cómo esas cautivadoras figuras femeninas -situadas en geografías sociales muy diversas- llegaron a caer víctimas de la mediocridad masculina, pero antes dieron el mejor ejemplo de entrega al invento literario mejor elaborado: el amor-pasión.

Emma Bovary, Ana Karenina y Ana Ozores supieron amar con tanta plenitud, sortearon con arrojo tantos obstáculos que, todavía hoy, nos conmueve su audacia. Pero si bien el ímpetu en las tres era el mismo (querían sentirse enamoradas, vivir esa gran ilusión romántica), los matices que las diferencia reclaman ser analizados. Y, para comprender esas gradaciones, los novelistas aportan un meticuloso testimonio realista de sus vidas (en una ciudad francesa de provincia, el San Petersburgo de la Rusia zarista y en la española y levítica Oviedo). Encuadre social que ya de por sí merece la más detenida lectura. Anímense, pues, a leer el tríptico completo. Se habrán paseado por toda Europa y habrán vivido tres conflictos masculinos-femeninos como sólo se sabían vivir y contar en las grandes novelas decimonónicas.

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