La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Nuevos medios, vieja maldad

Viejas maldades que creíamos superadas reviven en las redes. La resistencia del mal es asombrosa

La tragedia de la mujer de 32 años que se ha suicidado, dejando huérfanos a sus dos hijos de corta edad, angustiada por el acoso al que ha sido sometida tras la divulgación de un vídeo de contenido sexual que grabó hace cinco años, es una versión perversa de la parábola del vino y los odres: "Nadie echa vino nuevo en odres viejos". En este caso se trata de echar viejas maldades en odres nuevos. Las viejas maldades son la murmuración, la habladuría, el chisme, el cotilleo, la maledicencia, la comidilla, la difamación, la puesta en la picota que tantas reputaciones y vidas arruinaron y tanto dolor causaron en las viejas sociedades en las que todos escudriñaban a todos, todo comportamiento era espiado, toda falta o debilidad, real o inventada, era proclamada entre susurros venenosos. Los odres nuevos en los que se vuelcan estas viejas maldades son las redes.

Como si no estuviésemos en 2019 esta mujer ha sido empujada al suicidio por algo tan viejo como la coplilla que decía: "El agua si es que se derrama/ nadie la puede recoger, / ni el humo que va por el aire,/ ni la honra de una mujer". Parece mentira, pero por desgracia es trágicamente cierto, que una grabación privada haya sido difundida a través de las redes para, como el agua derramada de la copla, acabar con la vida de una mujer tras haber acabado con su honra. No se tome como cosa calderoniana, patriarcal y anticuada lo de la honra, porque la primera acepción de esta palabra es "estima y respeto de la dignidad propia". Y son la estima y respeto de la dignidad propia de esta mujer las que han sido brutalmente agredidas al difundirse unas imágenes privadas que ella tenía todo el derecho a grabar y nadie, empezando por su destinatario, a divulgar.

Viejas maldades que creíamos superadas reviven en los odres nuevos de las redes. La resistencia del mal es asombrosa. Si la telebasura excita el viejo cotilleo, las redes resucitan el fisgoneo, los libelos, los anónimos, las murmuraciones y habladurías que ponían en la picota sobre todo a las mujeres; que hasta en esto es rancia la cosa porque, si se hubiera tratado de un hombre, hasta quizás hubiera presumido mientras que al tratarse de una mujer es percibido, incluso por ella misma, como una vergüenza, una exposición condenatoria de su intimidad a la curiosidad malsana y despiadada de los y las canallas que se han pasado las imágenes y se habrán permitido juzgarla y calificarla.

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