La tribuna

antonio Porras Nadales

Nuevos partidos, nueva política

LOS intentos de modernizar nuestra democracia pasan, lógicamente, por renovar los partidos. Desde principios de siglo, parecía que dos partidos de tipo centrista y de proyección estatal, UPyD y Ciudadanos, se configuraban como la nueva opción complementaria de nuestro sistema; aunque parece que ahí siguen, sin ponerse de acuerdo entre ellos.

Seguramente los españoles no contábamos entonces con la intensidad del tsunami que se nos venía encima: el doble impacto de la crisis y de la oleada de corrupción, que dibujan la tormenta perfecta para hacer explotar una dinámica de protesta antisistema que, aunque siempre ha existido, parecía reducida hasta entonces a unas dimensiones tolerables. La oportunidad política consistirá entonces en montarse en esa ola aprovechando los circuitos de innovación y modernidad, básicamente el soporte mediático, autoalimentado progresivamente con el flujo hirviente de redes y tuiteros.

Parece una realidad incontestada que la política española contaba desde hace tiempo con una serie de protagonistas estrella, que nos sorprenden y nos admiran cada día desde los medios de comunicación: los tertulianos. Unas figuras brillantes y omniscientes, de gesto decidido y acerada capacidad argumentativa, dotados de una imagen atractiva y de un impulso arrollador. Unos seres superiores que nos obligan a formular íntimamente el eslogan evidente de "tertulianos al poder".

La combinación de ambos elementos, movimiento antisistema y estrellato mediático, sólo puede producir un resultado explosivo. Es como mezclar a Berlusconi con Beppe Grillo: pura dinamita electoral.

El impulso modernizador resulta tan evidente que sólo cabe dedicarse ahora a barrer las pavesas del pasado, para intensificar así la rabiosa actualidad de la nueva oferta: ni viejas constituciones o transiciones, ni viejos partidos, ni casta de corruptos. Ni, por supuesto, viejos hábitos de la política, como la manía de exigirle a los partidos un determinado programa. Podemos ha demostrado con claridad que constituye el partido político más moderno de la democracia española: el primero que ha constatado con precisión que, en realidad, los programas electorales son pura bagatela, una banalidad, un simple subproducto de marketing político. No sirven para nada a efectos puramente electorales.

Si se presentaron a las europeas con un programa (aquellas propuestas "bolivarianas" de suspensión del pago de la deuda, el salario social universal, la refundación constitucional o la alternativa republicana), ahora ya están elaborando otro. Y si con éste, el gran líder no consigue llegar al poder, no será necesario que se plantee dimitir: bastará con elaborar otro nuevo. Y así sucesivamente: se trata al final de ofrecerle a la gente lo que la gente quiere. Los programas, en última instancia, son pura cosmética. En realidad parece una original plasmación del pensamiento marxista: se acuerdan ¿verdad? era aquello de "éstos son mis principios y, si no le gustan, tengo otros", o sea, puro marxismo de Groucho Marx. Si a todo ello le añadimos un simpático toque caribeño o de estilo peronista, ya lo tenemos: nuevo constitucionalismo, nuevo Estado de bienestar, nueva política, nueva democracia, nuevos líderes, ¡Todo nuevo! Los ciudadanos españoles podemos enfrentarnos al proceloso siglo XXI con la seguridad de estar renovando de raíz nuestras viejas estructuras políticas.

Venir ahora con las consabidas críticas contra los populismos parece como un resabio de viejos. Al fin y al cabo, ¿qué líder político no practica en el fondo algo de populismo? ¿Qué partido ha demostrado tomarse en serio eso de las propuestas programáticas o la intención de cumplirlas? Ya es hora de decirle adiós definitivamente al viejo universo histórico de la transición y su inalcanzable ideal de unos partidos políticos ideológicamente compactos, más o menos ubicados en el eje izquierda/derecha, tratando de plasmar sus propuestas en programas solventes, con los que se comprometían ante el electorado o ante el propio Congreso. Estilos del siglo pasado, perfectamente desfasados a estas alturas.

La nueva política tiene ya pues sus nuevas claves y sus nuevos líderes. ¿Qué nos importa lo que piensen de nosotros esos a los que llamábamos "países democráticos serios"? Para formar un coro de aduladores o una iniciativa regional de nivel mundial, ya tenemos a algunos de nuestros amigos sudamericanos: de Chávez a Perón, siempre habrá algún enfoque atractivo para la España del siglo XXI.

Cuando las sociedades no son capaces de generar un aprendizaje virtuoso a partir de la experiencia de su pasado inmediato, parecen condenadas a estrellarse detrás de cualquier caudillismo carismático.

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