Recuerdo el referéndum de la OTAN. En 1986 yo era un crío, pero lo recuerdo. A ver, sí, era muy friki, y, con los límites de conocimiento propios de la edad, infinitos, ya tenía interés en todas esas cositas. Ahora, con algo más de conocimiento que entonces, más interés y bastante descreimiento, observo este presente que hacen confuso.

El referéndum del 86 fue un error político de Felipe González (esto no tiene que leerse dos veces, es verdad que lo estoy escribiendo yo). El propio Felipe lo ha admitido en varias ocasiones años después: no debió descargarse de esa responsabilidad, cuando se trataba de una decisión puramente ejecutiva y el gobierno debió liderarla sin redes de apoyo. De cualquier forma, tampoco fue un fallo gigante porque el profundo debate que afloró permitió a la larga que nuestra permanencia en la OTAN estuviera más legitimada que la de otros países con mayor tradición atlántica. Con la plena integración en la estructura militar de la Alianza, Felipe ya no tuvo las tentaciones de volver a preguntar, fue un desarrollo natural; y, poco después, Solana fue el secretario general de la Alianza cuyo mandato aún se recuerda como referencia imperdible de la historia contemporánea europea en el crucial envite de la Guerra de los Balcanes. La historia de la consolidación democrática en nuestro país sin asumir la pertenencia a la OTAN desde 1982, dispuesta por Calvo Sotelo (breve pero eficiente, callado pero contundente, demócrata sin estridencias hasta rabiar), y sostenida por Felipe para ser nítidamente clave del proceso de construcción e integración europea, no se entendería.

Ahora la actuación política y militar de España en el mundo con la OTAN, a pesar de las sombras que penosamente generan los conflictos y las guerras, no la veo cuestionada por la masa crítica de la ciudadanía, ni siquiera por la totalidad de los votos que eventualmente opten por el universo amalgamado de lo que vaya a ser el nuevo Podemos and Friends con Sumar. El votante medio no cuenta entre sus preocupaciones que seamos OTAN; me temo que contaría una y gorda si no lo fuéramos.

Los aliados, que es lo que somos, nos enfrentamos, entre otras amenazas menos evidentes, a la agresión del gobierno ruso sobre Ucrania y el riesgo que extiende sobre los países bálticos más Finlandia y Suecia. La respuesta OTAN está siendo más medida que lo esperable, e incluso deseable: intenta mantener encapsulado el conflicto en Ucrania y conseguir, ya que su presumible derrota total y fulminante se ha desvanecido, resistencia heroica, que Putin se desgaste hasta su dilución y, al no ganar, pierda. No estar en este lado, dividir la unidad, es equivocarse.

El gobierno pelea con sus dos almas. Una, la mayoritaria, sabe que esto es así; la otra también lo sabe, pero se pone estupenda rememorando viejas consignas caducas. Y todo se aguanta con tal de aguantar. Madrid esta semana es cosa seria. Ojalá no lo estropeen. Otra vez.

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