El lanzador de cuchillos

Obispos para el diálogo

La Conferencia Episcopal ha preferido correr en auxilio de los poderosos, supremacistas autoritarios

Los obispos, que durante siglos prescribieron la sumisión y el silencio, que callaron como magdalenas ante el abuso infantil -sin que ninguno hiciese caso de la admonición bíblica y se arrojase al mar con una rueda de molino al cuello-, se han vuelto, de repente, dialogantes. Su portavoz, un tal Argüello -al verlo en la tele pensé que habían rescatado unas imágenes de Luis Garicano en el Carnaval de Cádiz-, responder sobre los indultos concedidos por el Gobierno a los golpistas presos, aseguró que los obispos españoles están, como sus homólogos catalanes, "por el diálogo y contra el inmovilismo". La Iglesia es, como la delantera italiana de la Eurocopa, "insigne e inmobile"; siempre amenazó al disidente con el fuego eterno y tardó 350 años en rehabilitar a Galileo ("eppur si muove"): por eso es sorprendente -y paradójica- su reciente conversión a la fe de la razón, el consenso y las soluciones alternativas. El procés ha desatado una verdadera orgía de vacuidades centrada en la palabra "diálogo", repetida cual fetiche simbólico, pero, como dice Savater, lo que está en juego es la pugna del Estado de Derecho que protege la pluralidad social y política contra el totalitarismo que busca imponer la sumisión a un ideario de homogeneidad étnica. Bajo la piel de cordero de los líderes del procés hay lobos supremacistas y autoritarios; en Cataluña los débiles, los sometidos, votan constitucionalismo, pero la Conferencia Episcopal ha preferido correr en auxilio de los poderosos. Es normal: entre bomberos no se pisan la manguera. Y es que para Argüello "la Constitución no es un dogma", obviedad que resulta admirable escuchar del portavoz de una institución que sí considera tal la infalibilidad del papa, proclamada en tiempos de la unificación italiana para intentar poner freno al derrumbamiento del poder político vaticano.

Si Gabriel Rufián, en vez de un escaño en el Parlamento del país que pretende destruir, tuviese una silla en la tertulia de Herrera -¿a qué esperas, Omella?-, podría trasladar a los obispos la pregunta que hizo a Sánchez: "¿Es por convicción o por necesidad?". Porque da la impresión de que en el ánimo de los prelados ha pesado, más que el espíritu de concordia, el miedo a perder el Concordato. Sea como fuere, no estaría de más que convocasen una mesa de diálogo con el Jefe Supremo; a ver si apañan otra multiplicación -exenta de impuestos- de los panes y los peces, porque me malicio que este año la X en la casilla de la Iglesia no la va a marcar ni Tamara Falcó.

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