Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

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Odaliscas en la Alhambra

Los jóvenes reciben hoy por sus móviles modelos de conducta muy peligrosos: el de la prostituta y el matón

Muñecos preciosos, caris, corazoncitos de tu papá y de tu mamá, vosotros que os lo merecéis todo, hasta viajes de estudios a paraísos infecciosos; vosotros que infiltráis vuestro kínder de leche condensada para hacerlo más deliciosos; niños, reprobados por los viejos y desentendidos por vuestros padres que os prestan menos atención que a sus mascotas, sabed que hubo un tiempo en el que se os vendían modelos de conducta menos peligrosos que el de la prostituta y el matón que os llegan hoy, preferentemente, por el móvil. La familia y la escuela proponían además como modelos al santo, a la mártir de pureza, al comerciante honrado, al gobernante benéfico, al militar heroico, al sabio, al inventor, al escritor sin faltas de ortografía, a la madre abnegada. Era un tiempo con muchos semáforos y discos de prohibido el paso. Y en el que no se te permitía aislarte en casa con tus gadgets. La información sicalíptica no te llegaba por la tableta ni por tu padre, sino por algún tío. Gracias al hermano de mi madre, los varones de la familia -las chicas, no- nos enteramos de que la estatuilla de escayola de las tres gracias en cueros que había en casa de mi abuela, la habían traído de París unos familiares que trabajaban para una compañía azucarera francesa. Una rareza en una casa con un nicho con 32 santos, alguno repetido. Lo más turbador, las historias de los cabarés franceses que mi tío les había oído contar a los viajeros. Y las prácticas sexuales que se escenificaban sobre sus escenarios. En voz baja, para que no se enterara mi abuela, que fingía dormir en el cuarto de al lado, empezaba a contarnos las experiencias de los expedicionarios en los prostíbulos parisinos de los años 20. En el momento más borrascoso, mi abuela nos mandaba a todos a dormir. Visitando la exposición Odaliscas. De Ingres a Picasso, he tenido la impresión de que el harén que habitaban las odaliscas no era turco sino parisino. Algo parecido pensé años atrás cuando visité el harén de la Alhambra, con un poema de Villaespesa en la mano que hablaba de harenes y de favoritas. Entonces, rechacé la idea por irreverente, pero la exposición del Carlos V ha venido a confirmar mis sospechas: las musas de los pintores de la muestra y los poetas modernistas no eran esclavas de un serrallo turco, sino esclavas sexuales de alguna maisons de tolérance de la Ciudad de la Luz.

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