La chauna

José Torrente

torrente.j@gmail.com

Olímpicos

El prestigio de los atletas es proporcional a las audiencias, atraídas a competiciones bajo la bandera de su país

Los Juegos Olímpicos son la exaltación internacional del mérito deportivo de los estados. Los mejores deportistas, y los que aspiran a serlo, se reúnen cada cuatro años en una sede olímpica que viaja por continentes, para dejar constancia de la salud deportiva de las naciones. Una ocasión para vivir la paz del mundo.

Gracias a la televisión, y también a las redes sociales, los Juegos son el momento culmen de la olimpiada para muchísimas disciplinas deportivas que nada serían sin este escaparate cuatrienal. El prestigio de los atletas es directamente proporcional a las audiencias, atraídas a competiciones bajo el amparo y en nombre de la bandera de su país. Compatriotas nadando contra el cronómetro, saltando en el foso o encestando triples. Remando en aguas turbulentas o en las tranquilas del lago. A toda vela, a caballo, en bicicleta o patín, escalando muros o corriendo a pie. Con el bate, el stick o la escopeta de tiro al plato al hombro. A patada limpia o a puñetazos serios. Ganando sets a raquetazos. Saltando desde el trampolín o a mar abierto. Es el enaltecimiento del patriotismo más tolerante, el que comparten tirios y troyanos, progres y costumbristas, pétreos y esponjados, hueros y exagerados, con la competición deportiva como excusa.

La fuerza del olimpismo radica en el prestigio deportivo que deja en la marca de los países que concurren. Y en sus deportistas, declarados héroes nacionales de fama menos efímera que tras cualquier otro triunfo competitivo. Cada vez más exigencia, cada ocasión más difícil alcanzar el brillo del oro, la buena sombra de la plata o el accésit opaco del callado y meritorio bronce. Me gusta fijarme en quienes compiten al lado de los consagrados pero que difícilmente alcanzan el status que da el podio. Estoy especialmente atento a aquellos atletas que lo intentan con la máxima fuerza que su talento les facilita, pero que se quedan en la orilla, a una décima del éxito, a una brazada de la presea, a una valla de tocar el cielo con sus lágrimas de felicidad e íntima liberación.

Y la radio allí destacada (otra vez la radio haciendo historia), que nos ha permitido conmovernos con los atletas victoriosos tras el escaso aliento que les dejaba el esfuerzo. Participar con ellos y con sus familias en la emoción del triunfo. O sufrir con sus mismas lágrimas por el inconformismo con que les retaba cada fracaso.

Y ahora llegan los Juegos Paralímpicos, el lugar donde los héroes son verdaderos, de carne y hueso.

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