Quosque tamdem

luis Chacón

Olviden la política

SIEMPRE se ha dicho que enfrentarse a una hoja en blanco es un reto que puede llevarte a la más profunda melancolía. Leo la prensa y parece todo dicho. La política nos tiene sorbido el seso. No hay quien no la comente. Vivimos inmersos en una especie de locura colectiva mezcla de milenarismo y parusía. Y entre tanto despropósito cortoplacista más fruto del tacticismo político que de la visionaria estrategia del estadista se nos escapa entre los dedos lo mejor de la vida, sea la lectura de Cervantes o Shakespeare o la inquietante visión de un mundo irreal que nos regala El Bosco.

Cuatro siglos de la muerte de dos genios de la literatura sin un mal programa de televisión en una hora decente y casi sin trascendencia en los medios de comunicación. ¡No vayamos a pensar, qué es malo! Sin embargo, es evidente que su lectura beneficiaría el intelecto de nuestros políticos, habitualmente tan desaprovechado. Pues si la obra eterna del bardo inglés traza el camino de la traición como medio para alcanzar el poder en Mcbeth; las intrigas familiares en El rey Lear o Hamlet; la ambición desmesurada en Ricardo III o el liderazgo en Enrique V, nuestro manco de Lepanto no se queda atrás al dibujar la sensatez del Sancho y el idealismo del Caballero Andante, cualidades ambas, tan necesarias para el buen gobierno. Pues si don Alonso Quijano, cuando su fiel escudero es elevado a la dignidad de Gobernador de la Ínsula Barataria y en un ejercicio de sensatez tan lejano al político español, le aconseja aquello de "leyes pocas, pero que se cumplan", no es baladí recordar la afición de Sancho por los refranes que tanto cansaba al de la Triste Figura y poner encima de la mesa un par de ellos que hoy serían para esculpir en letras de oro a las puertas de las Cortes. Más vale un toma que dos te daré, pues hartos andamos de promesas vanas y el no menos actual, allá van leyes do quieren reyes, que traducido al español de hogaño sería, más o menos, dame el BOE que yo me apaño.

Aunque sólo fuera por su Jardín de las Delicias, el Bosco debería ocupar un lugar de honor en la historia occidental. Más, en la conmemoración del quinto centenario de su muerte. Y sin embargo, parece que más allá del Prado pocos homenajes le servimos. Y eso que cualquiera de sus fantasías, fruto de un universo personal de desbocada imaginación, podrían representar a la perfección esta España de hoy, tan irreal como incierta.

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