¿Opinión o inquisición?

Se ha generado una colisión casi irreconciliable entre libertad de expresión y necesidad de respeto a las ideas de los demás

De manera paulatina y casi sin darnos cuenta, se ha generado en nuestro país, quizás gratuita e innecesariamente, una colisión casi irreconciliable entre libertad de expresión y necesidad de respeto a las ideas o creencias de los demás, sobre todo para propiciar una convivencia social aceptablemente en paz.

En este enfrentamiento siempre suele salir socialmente triunfante el posicionamiento de los que antes se denominaban "la progresía", que no tiene por qué ser la izquierda real, es más, la mayoría de las veces no lo es y en otras muchas ocasiones se trata, simplemente, de actitudes provocadoras que podrían rayar casi lo grosero, no encuadrables en ninguna ideología al uso o a lo peor, ni siquiera se trata de posicionamientos ideológicos, sino sólo de pura transgresión.

En el lenguaje diario y popular, resulta políticamente "aceptable" el desprecio a los planteamientos que puedan provenir de la derecha, simplemente por venir de ese segmento social o de instituciones consideradas inopinadamente de derechas, como es el caso de la Iglesia o de cualesquiera ideologías de carácter religioso. Y para ello se utiliza la lengua, tanto como cualquier otro modo de expresión artística -aunque pueda serlo sólo en apariencia- como vehículo para vilipendiar, desprestigiar o al menos despreciar las opiniones, creencias o convicciones de los demás, cuando son, como decimos, concomitantes con planteamientos atribuibles a instituciones cerca de la propia iglesia católica.

Constitucionalmente tenemos garantizada la libertad de poder decir lo que se quiera, donde se desee y como se desee. Quien pueda sentir ofendido su honor o violentado en sus creencias o convicciones, podrá acudir a los Tribunales de Justicia en demanda de defensa de sus intereses. Al contrario, al menos en apariencia, no existen esas mismas garantías, es decir aquellas que nos evitarán sentirnos agredidos intelectualmente. Se trata de opiniones e inicialmente no tienen por qué participar de la intencionalidad de causar daño, lo que las convertiría en punibles penalmente.

Viene todo esto al caso de la parodia que en los carnavales de Santa Cruz de Tenerife se ha hecho, sobre el modo de conmemorar la pasión, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret, de forma y manera que se han producido momentos que han causado daño moral a muchos cristianos que, seguramente, no hubiesen esperado tener que soportar una mofa sobre algo que muchos consideramos sagrado en nuestra más profunda intimidad. El derecho asiste a los autores, pues la Constitución los ampara en lo que se refiere a la libertad de expresión. Otra será la cuestión del mal ambiente que se pueda generar, del enrarecimiento en las relaciones sociales entre ciudadanos. Las autoridades civiles, naturalmente, no se han pronunciado, ni intervenido.

De todo esto me sorprende -a sensu contrario- la rápida intervención de las autoridades municipales madrileñas -esta vez sí- al ordenar la inmovilización inmediata del autobús propagandístico de la asociación Hazte Oír, porque en él se afirma que "los niños tienen pene y las niñas tienen vulva", que no deja de ser otra opinión.

A lo peor, en muchas ocasiones podría tratarse de actitudes puramente inquisitoriales. ¿O no?

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