Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

coleraquiles@gmail.com

Orgasmo/ hartazgo

Pronto, el que quiera saber cómo era la pequea muerte tendrá que recurrir a Ravel o a Julie Driscoll

Disculpen los desvaríos que hoy pueda escribir, el airecillo de mi huerto, tan puro, me ha trasladado a la escuela de mi pueblo y a los recreos de mi infancia, acariciado por fragancias primordiales. Y me siento como si me hubiera fumado algo. Después de tantos años de respirar aire contaminado, este aire limpio de ahora no sé si me está sentando bien. Porque se me están ocurriendo cosas raras (demenciales, quizá) que, si por casualidad, las encuentro luego en G. Steiner o en Harari, pensaré que son geniales y que yo soy un mero plagiario de estos pensadores.

Dos cosas mueven, sobre todo, al sapiens: comer e interaccionar sexualmente. Sabiendo la mano de fuego, responsable de que estemos aquí, que somos perezosos, primó especialmente, con placeres extraordinarios, dos actividades que si no, hubieran sido descuidadas, con la subsiguiente extinción de la especie. El placer del orgasmo, para los ingresos (y no digo penetraciones porque eso convierte a la mujer en un ser sexualmente adormecido y quiescente y, además, porque la palabrita tiene un regusto desagradable a butrón de joyería). Y el placer de comer. Pero esa mano, flamígera y sabia, también nos dotó de interruptores para parar. Después del orgasmo, viene laxitud para el hombre y la mujer (y, ocasionalmente, embarazo para ella y obligaciones parentales para él). Y después del atracón, digestión pesada y pausa, para no reventar. Pero el ser humano siempre ha soñado con prolongar orgasmo y banquete. Eso ha complicado las cosas. Nos ha impulsado hacia un desarrollo insostenible, buscando que tan prodigiosas recompensas no parasen.

Y así tenemos al mundo superpoblado -que no cabe ni un alfiler-, y, abocado al desastre, por sobrexplotación de sus recursos. Pronto, el que quiera saber en el futuro cómo era la pequeña muerte tendrá que recurrir a Ravel o a Julie Driscoll, dos músicos, que nos han dejado la imagen de un orgasmo sostenible. El Bolero de Ravel es un demorado camino musical (10') hacia la planicie calma del gozo; Driscoll, en su canción Checoslovaquia (6,45'), también ofrece un ritmo ascendente, pausado, pero imparable hacia el clímax, al que sigue una paz, eterna en ese instante. Por no haber leído con atención la partitura cósmica de la vida, nos encontramos ahora encarcelados. Castigados por disfrutones.

Resumen: Nos vemos como nos vemos, por habernos pasado de frenada buscando un orgasmo y un banquete permanentes.

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