Orgulloso de mis orejas

Me han sorprendido en tiempos de coronavirus. Nunca en la historia de la humanidad estos apéndices han sido tan útiles

Si el dedo pulgar fue el gran descubrimiento del cuerpo humano en la época de las nuevas tecnologías, las orejas lo están siendo durante esta etapa del coronavirus. El dedo pulgar, el gordo de toda la vida, tan vago y tan poco útil, sorprendió al mundo de los humanos con su efectividad a la hora de escribir en el teclado del móvil. En las máquinas de escribir el dedo gordo solo servía para dar al espacio, pero ahora es el que marca el ritmo de la escritura en la pequeña pantalla del celular.

Pero las que realmente han sorprendido en estos tiempos de coronavirus son las orejas. Nunca en la historia de la humanidad estos apéndices han sido tan útiles. Fíjense en mí, por ejemplo. Además de ser las que sujetan las patillas de mis gafas, me sirven como soporte de los cables de los auriculares a través de los cuales todos los días oigo un capítulo del Quijote. Pero es que ahora también me sirven, como a todos ustedes, como el sitio donde enganchar las gomillas de las mascarillas. Yo siempre he gastado unos pabellones auditivos muy potentes, además de echados hacia adelante. En la escuela me llamaban 'Orejón' y no había niño que a la pregunta de qué es el viento, contestara aquello de "las orejas de Cárdenas puestas en movimiento". Y había quien comparaba mis orejas de soplillo con un seiscientos con las puertas abiertas. Un día un vendedor de quesos dijo a un vecino que yo nunca podría ser carpintero porque en mis orejas nunca se podría sujetar un lápiz. Oí sus grandes carcajadas cuando lo decía. En venganza, durante una siesta, le desinflé las dos ruedas de la bicicleta con la que iba por las casas vendiendo quesos. Yo sufría tales escarnios en silencio, que es como se soportaba todo en aquellos tiempos en los que el bullying ni siquiera se había inventado. La moda de llevar el pelo largo me vino muy bien para ocultar mis orejas porque, la verdad, no estaba orgulloso de ellas. Pero ahora sí, ahora las valoro más que nunca. Soportan con estoicismo cualquier nueva utilidad que se inventen para ellas. Además, me las toco para dormir y hasta he pensado en ponerles unos pendientes. Me son tan útiles que, a veces, cuando me estoy duchando miro para abajo y le digo a ese apéndice en el que ustedes están pensando: anda, a ver si aprendes de las orejas.

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