¡Ozú qué polles!

El lenguaje inclusivo, lejos de cumplir una función integradora se ha convertido en un arma arrojadiza

Resuelto el misterio. Les cuento. No sé si se acuerdan de que durante la campaña electoral madrileña la ministra de Igualdad, Irene Montero, sorprendió a los que iban a sus mítines porque en vez de decir todos y todas propuso 'todes' y en vez de ellos y ellas dijo 'elles'. Su discurso estuvo sembrado de términos como 'niñe', 'hije' y 'chiques'.

El lenguaje inclusivo, a mi parecer, creo que lejos de cumplir con su función integradora y no excluyente, se ha acabado convirtiendo en un arma arrojadiza que provoca discursos ininteligibles, como el de nuestra ministra. Circula por ahí un video de una vicegobernadora argentina que en su manía de no excluir a nadie felicitó a "su equipo y a su equipa".

¿Por qué se le ocurre a Irene Montero que las palabras tengan que terminar en "e" para evitar el masculino y el femenino? Me puse a pensar hasta que di con la posible solución. Creo que la ministra tiene que ser descendiente de los Montero de Motril, los que hacen ese exquisito ron que fundó el entrañable Paco. Y creo también que la ministra debió pasar algún tiempo en la costa granadina, donde todavía hay muchas personas que terminan su femenino con "e". En nuestra costa mucha gente aún dice 'sandies', 'mañanes' y 'Almuñeque', en vez de sandías, mañanas o Almuñécar. Cuando yo estuve allí destinado como cronista veraniego le hice una entrevista a uno que vendía melones en la carretera. Era de Motril y me dijo que antes que dedicarse a la venta de melones se dedicaba a vender "teles". Yo creía que se estaba refiriendo a los televisores, pero me sacó del error cuando con sus dedos índice y pulgar friccionó la tela de su camisa al tiempo que me decía: "Teles, teles de vestir".

Hay un chiste ya archiconocido de la señora almuñequera que va con su hija a Cantarriján y ve a dos o tres hombres totalmente desnudos. "¡Ozú qué polles!", exclamó la señora en ese idioma que solo los de nuestra costa saben usar. "Madre, no se dice 'polles', se dice penes", le aclaró la hija. "¿Penes?, eso son alegríes", dijo la señora mirando los mandaos de los bañistas.

Así que Irene Montero debió de pasar unas vacaciones en Motril y tuvo que oír a la señora de la tienda pedir 'paste' para los dientes y 'alcachofes tiernes'. Y de ahí le surgió la idea de emplear la 'e' al final de las palabras como solución al lenguaje inclusivo. De otra manera no me lo explico.

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