A veces da la sensación de que los contribuyentes becamos a un presidente con el objetivo de hacer de él un experimentado estadista. Un máster de realidad. No es una mala práctica, siempre que el Presidente Interno Residente (PIR) sea cauto, atento y no adopte políticas irreversible. Dos años de prácticas en Moncloa y, a lo mejor, ganamos un gran presidente. Pedro Sánchez consiguió mucho crédito con el nombramiento de su Gobierno, guiñó a los suyos con el Aquaruis y ha restablecido una presencia internacional de España que a Mariano Rajoy nunca le interesó. Pero también ha cometido errores de profundidad, su crédito como regenerador de la mamandurria política en la Radio Televisión Española, por ejemplo, se lo ha fundido su colega de la Tuerka con dos o tres llamadas. Seguirán los viernes de negro. Las tonterías del otrora asesor de Monago y de Albiol con las fotitos de manos y gafas abundan en una imagen de frivolidad que pudiera ser una de sus perdiciones. Sánchez nunca debió olvidar que los meses que pasará en Moncloa sólo se justifican con una ejemplaridad de titanio que enfrente a la del PP y por la distensión que logre en Cataluña, aunque el hiperventilado de su presidente lo está poniendo casi imposible. Y en otros asuntos, serios, pesados, como el acercamiento de los presos de ETA, deberían mostrar menos entusiasmo.

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