ELpresidente del Partido Nacionalista Vasco (PNV) ha enmendado la plana al líder guipuzcoano del partido, el soberanista Joseba Egibar, que se negó a sumar sus votos a los partidos democráticos para presentar una moción de censura contra la alcaldesa de Mondragón, militante de ANV, quien a su vez rechazó condenar el asesinato por ETA,en vísperas de las elecciones, de Isaías Carrasco, concejal socialista del pueblo. La ha enmendado sólo parcialmente, con la ambigüedad y las medidas tintas a que acostumbra el nacionalismo democrático vasco: emplaza a los alcaldes y concejales de ANV a condenar la amenaza vertida por ETA contra los socialistas vascos, advirtiendo de que si no lo hacen sus ediles exigirán la dimisión de esos concejales radicales y, más adelante, les plantearán mociones de censura en sus ayuntamientos. A estas alturas cabe preguntarse: si los proetarras de ANV no han manifestado la menor protesta por el asesinato de Isaías Carrasco, ¿cómo espera el PNV que condenen la amenaza genérica de asesinar a otros en el futuro? Es inútil, por reiterado, tratar de convencer a ANV, como antes a Batasuna, su matriz, de que abandone su dependencia de la banda terrorista y haga política en condiciones de igualdad con las demás formaciones. Esta nueva versión de la política de paños calientes del PNV coincide, además, con nuevas muestras de generosidad hacia este partido por parte del PSOE, que le ha cedido uno de sus puestos en la Mesa del Congreso y varios senadores para que pueda constituir grupo propio en la Cámara Alta. El portavoz socialista, José Antonio Alonso, ha advertido que la actitud peneuvista tendrá consecuencias. No pueden ser otras que un emplazamiento claro a que se defina con claridad en dos asuntos clave: el aislamiento político y social de las organizaciones afines a ETA y el abandono de los planes soberanistas de Ibarretxe. El Gobierno y el PSOE no deben cometer más errores.

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