Pablo Milanés

Sólo queda pensar en que cada vez que de nuestras seis cuerdas salga su música, Pablo seguirá viviendo

Crecí con él. Canté y desafiné con él. En ocasiones mis ojos y la vida a través de sus letras se llenaban de lágrimas. Sentí con ellas, imaginando un mundo que, por desgracia, nunca tuvo que ver con el que a diario nos tocó transitar. Escribí con él, imaginando que un día mis poemas enamorarían también a alguien o llenarían el alma de quienes como yo, apenas teníamos edad aún para fumar. No hay marcha atrás. Nunca la hubo, y de este tren, en ocasiones como las de hoy, siempre se bajan los mejores.

Mi guitarra mantuvo sus acordes. Sus letras, en ocasiones imposibles de cantar sin sufrir. Derramaban ternura y reproche, reivindicación y sentimiento, libertad y pasión. La de veces que la voz terminaba temblando en la soledad de quien uno admira y sabe que seguirá admirando aunque transcurran muchos años y llegue el día que uno se siente simplemente viejo. Sólo era eso, cantar, vivir nuestra juventud, nuestra guitarra, el campillo en aquella Arabial cortada en dos, en cabañas de cartón… y dejar que creciéramos con él, que imagináramos amar lo que nunca alcanzaríamos. Nada más. Y un poco de paz. Sólo un poco de paz.

Se nos fue. Se nos ha ido. El tiempo pasa, nos vamos volviendo viejos, el amor no lo reflejo, como ayer. Nunca lo entendí. Quizá fuera demasiado joven aún para entenderlo, y mis ganas de sentir y vivir no asimilaban lo que decía. Le atribuyo gran parte de mi recorrido vital, de mi banda sonora con que a diario la vida nos obsequia a cada paso. Hay quienes lo llamaron el cantor del amor no correspondido, de la protesta turbada, el trovador de la imperfección, de la frustración en eternas noches de insomnio. Yo le llamo música. La música de mi vida. Mi música.

Sólo queda pensar en que cada vez que de nuestras seis cuerdas salga su música, Pablo seguirá viviendo. La vida no vale nada si no es para perecer porque otros puedan tener lo que uno disfruta y ama. Y eso llevó el cantor hasta su último extremo. Su vida se llenó mientras regalaba imágenes y emociones, mientras llenaba lo que hoy son las mejores páginas de nuestro recuerdo… llenando el breve espacio en que hoy Pablo no está.

Sí. Hoy Pablo no está. Setenta y nueve años fueron muchos para acompañarnos en este viaje al que nunca supimos poner fin y del que nunca imaginamos que un día como hoy terminaría. Se fue, pero sólo se fue Pablo. No su música, ni sus poemas, ni sus sentimientos, ni su grandeza del alma. Toca afinar la guitarra, las seis cuerdas, y temblar la voz con sus sentimientos. Y seguir con él, a su lado, sabiendo que su música siempre nos acompañará.

Pablo. Siempre Pablo. Hasta siempre.

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